Aliados
EE UU. 2016. 124 m. (7). ‘Thriller’.
Director: Robert Zemeckis.
Intérpretes: Brad Pitt, Marion Cotillard, Lizzy Caplan, Matthew Goode, Jared Harris, Jason Matthewson, Angelique Joan.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Tiene algo de álbum ilustrado, de melodrama en cromos, de caramelo engolado con crema de lujo. Tras la primera capa, ese relato mil veces visto de espionaje y romance crecido entre las plantas de la muerte, se desvanece. Y así sucesivamente al ir desnudando los gajos de una fruta marchita que huele a rancio. El oficio y la experiencia de Robert Zemeckis se empeñan en cubrir los agujeros negros de ‘Aliados’, un guión simplista que sufre la esquematización y banalización de su único objetivo: mostrar el roce directo y subliminal de la pareja protagonista. Pero el esfuerzo es superfluo. Él, Brad Pitt, se muestra tan estático y decorativo como el resto de este cuento de amor y guerra entre nazis despistados, colaboradores sospechosos y enredos superficiales. Ella, Marion Cotillard, una excelente actriz, impone sólo algo de cordura y gravedad al encuentro pasional bajo la niebla del destino. El cineasta de ‘Forrest Gump’ se envuelve en un filme perfumado, que no oxigenado, que sólo discurre en la superficie de las cosas, la historia y la Historia, carente de intensidad e impotente a la hora de aportar trascendencia a los espejos mayores en los que se mira. En apariencia se habla del dolor y la pasión, de la muerte y la traición. Pero todo posee idéntico tono entre la vulgaridad y la plástica uniforme. Un ejercicio de esteticismo de salón sin que asome la desgarradura ni la mirada crítica, exento de esa patina de seducción y de entraña adheridas a los clásicos a los que busca de manera desesperada como cómplices solidarios, pero sin ganarse la apuesta. Todo está sometido a un cierto ‘vintage’ coloreado por el romanticismo aliado sin que veamos crecer la hierba ni nada invite a la inmersión de una historieta de hazañas bélicas adornadas con abrazos aplazados y miradas de un blanco y negro coloreado. Pero la química de este bailar pegados bajo las bombas y las balas es tan apreciable como la que puede desprenderse de una cita entre Donald Trump y Hillary Clinton. El glamour es tan contagioso como esos anuncios de perfume que invadirán las navidades catódicas y digitales. Estructurada en dos películas en una, entre la nostalgia de ‘Casablanca’ de Michael Curtiz, la primera, y una segunda británica alejada de la elegante sobriedad de David Lean. Falta aliento épico cuando la intriga toma el mando y sobra frialdad maquillada en los encuentros de la pareja. El director de ‘Regreso al futuro’ parece más obsesionado por ilustrar que por narrar. Artesanía sí pero sin solidez, desnuda tras el artificio de lo correctamente insípido. Todo abrumadoramente convencional sin que llegue nunca a tocarse la herida que habita en todo melodrama. Uno arde no de pasión, sino de ansiedad e impaciencia porque nada prende.