Vientos de la habana
España/Cuba. 2016. 104 m. (16). ‘Thriller’.
Director: Félix Viscarret.
Intérpretes: Jorge Perugorría, Juana Acosta, Yoima Valdés, Mariam Hernández, Pilar Mayoa
Salas: Peñacastillo
El enésimo travelling aéreo sobrevuela las azoteas destartaladas y fragmentadas de La Habana. Es un recurso lícito del que abusa esta mirada noir con Leonardo Padura al frente y una brisa crítica de luces y sombras, al fondo, a modo de leve crónica cubana. Todo es correcto en esta adaptación a la pantalla del personaje de Mario Conde (el inspector, no el otro) pero también todo es ligero, superficial, convencional. Un asesinato violento, un entramado de drogas y quizás poderes ocultos, una amante misteriosa. Los ingredientes los conocemos y Félix Viscarret, cineasta de la más que notable ‘Bajo las estrellas’, enciende la mecha y agita la pólvora pero nunca acabamos de apreciar el incendio de la violencia, los pliegues y ambigüedades de un retrato lineall que se queda en la epidermis de las calles de La Habana. Más que vientos son brisas, ráfagas que apenas mueven las entrañas emocionales de lo que se presupone un aire negro y desgarrado. Ese discurso a modo de tacto que nunca ahonda en las heridas de los personajes y en los escenarios de la decadencia, queda ya reflejado en las interpretaciones de Jorge Perugorría, siempre sólido, y Juana Acosta que se esfuerzan con resultados insuficientes en otorgar profundidad al equipaje biográfico de sus respectivos personajes. Lo cierto es que casi todo lo que sucede o se cuenta en el filme de Viscarret es una cometa muy atada y, al tiempo, ajena a la gravedad que enuncia el destino de los hechos. La criaturas creadas por Padura, plasmadas en una serie de novelas policías de éxito, no acaban de mostrarse en una película incapaz de quitarse de encima la patina de telefilme. La contradicción radica en que está bien lograda y perfilada la atmósfera callejera pero ese latido de enigma, misterio y encanto apenas se asoma entre los vericuetos y el enredo de una trama intensa aunque sin aliento. Hay un permanente halo de episodio piloto de serie televisiva y todo revela un tono que se asemeja al preludio o la presentación de unos personajes y un escenario único para futuras entregas. El retrato del melancólico y romántico inspector, entre el ron y la mirada perdida en sueños de escritor, muestra una textura de thriller sentimental, ceremonioso, sereno, exento de hondura, y el golpe bajo planea en la ficción sin llegar a amerizar sobre esta historia de supervivencia y deseos rotos o aplazados. El director parece más preocupado por lo formal, su mejor baza, y descuida un material que da pie a muchas piruetas y huracanes. Lo sensual de la isla y su emblemática ciudad se dibuja con caligrafía y hoja de ruta de agencia de viajes, atractivo pero plano,convincente y, sin embargo, ausente de poso. En muchas ocasiones lo costumbrista ensombrece lo pasional y en otras la melancolía dulce, más que ácida, pone un velo sobre el viaje al fin de la noche que anuncia la trama pero que nunca emprende. Los sueños y utopías al fondo, el sudor y las obsesiones en primera instancia y estancia. Pero entre ambas el filme deambula correcto, muchas veces insípido, dando a entender que en cualquier momento saltaremos al vacío de la pesadilla o a lado oscuro de los afectos traicionados. Como el propio filme, no obstante, recorremos su metraje errando por los callejones habaneros sin rumbo fijo, somnolientos, sin degustar del todo el sueño literario de Padura ni lograr sentir esos vientos de bajos fondos, laberintos y ruinas. La corrupción fumiga la ficción pero no llegamos a apreciar el olor del desencanto