La mina
España. 2016. 94 m. ‘Thriller’.
Director: Miguel Ángel Jiménez Colmenar. Música: Luis Mendo.
Fotografía: Gorka Gómez Andreu.
Intérpretes: Matt Horan, Jimmy Shaw, Kimberley Tell.
Salas: Cinesa y Peñacastillo.
La paradoja y la metáfora presiden esta interesante incursión en las profundidades. Parece una película de la industria de Hollywood con aroma de serie B , pero no lo es. Simula ajustarse al canon del género de terror, pero se escapa y desequilibra con aires de cine indie. Y en sus resultados gana personalidad en lo visual y en la historia cuando la hondura, el temor y el vértigo pasional es familiar y no cuando el filme pretende mantenerse en la superficie del horror. ‘La mina’ explota ese lugar con pasado, enigmático, intemporal y algo atávico. Aunque el no lugar, ese de las pasiones, las tragedias íntimas, los celos, los marginados, ese es el verdadero terror que impregna algo de calor en la cinta. En definitiva y aunque sólo lo logre a medias, ‘The Night Watchman’ es una película de terror que trata de no parecerlo y en la que si aflora no es lo más trascendente. El cineasta Miguel Angel Jiménez, quien también firma el guión, alcanza sus mejores momentos en esas situaciones opresivas, claustrofóbicas, a lo Polanski, y precisamente se vuelve previsible y aséptico cuando el filme se mueve en los parámetros más trillados de la América profunda (aquí más profunda que nunca). El melodrama familiar con intriga es más interesante que las implicaciones religiosas, la periferia morbosa y escabrosa, la falsa moral y el trasfondo fundamentalista de la historia. No obstante hay que destacar la elección casi siempre acertada en su combinación de paisajes y enclaves, teniendo en cuenta que ‘La mina’ localizó sus escenarios en EE UU, País Vasco y Asturias, pero conjuga sus imágenes de decadencia con acierto. Rodada en inglés, con la mayoría de actores extranjeros que viven en España, y con el cantante country Matt Horan, líder de la banda Dead Bronco, al frente, la película posee sus dosis de riesgo, que merecen ser alabadas, aunque a la apuesta le falte fluidez y esa ambigüedad de querer quizás contentar a a todo tipo de públicos cuando se mira una cosa y se piensa otra, en un intento de equilibrio entre la ortodoxia, el mercado internacional y cierto toque personal. Western revestido de historia obsesiva y de pasado oscuro, el director de ‘Chaika’ y ‘Ori’ imprime su mejor sello en el juego de miradas, en las escenas más intimistas entre hermanos y amantes y en todo aquello que dibuja una descomposición insana, las de los lugares industriales abandonados y la de las criaturas inadaptadas. Esa desviación de la mirada, a lo matanza de Texas, no ayuda nada. La locura y la culpa agitan la mina física en la que cada personaje se busca en lo más profundo. Esos miedos instalados en la médula espinal de cada criatura dibujan la verdadera línea sutil de una veta que promete. El resto es esfuerzo, rutina y grasa hacia abajo.