La leyenda de tarzán
EE UU. 2016. 109 m. (7). Aventuras.
Director: David Yates.
Intérpretes: Alexander Skarsgård, Margot Robbie, Christoph Waltz, Samuel L. Jackson..
Salas: Cinesa y Peñacastillo.
Este es un Tarzán besucón y vengativo que gusta exhibirse por la selva en pantalón largo y que viaja de liana en liana con vocación circense y acrobática. Su ‘leyenda’, título desafortunado que invita e incita a pensar en la repetición de sus jugadas salvajes y primarias, apenas se singulariza de la de cualquier personaje aventurero del cine de hoy. Tampoco ayuda que en su regreso esté apoyado y enmarcado en dos personajes /actores excelentes pero aquí estereotipados, tanto desde el lado biempensante como del perverso, de tal modo que en sus andanzas entre la civilización y el primitivismo Tarzán parece un trasunto de ‘arma letal’. El cineasta David Yates carece de un sentido hondo de la aventura y los guiños a la esencia del clasicismo de los Hawks, Haskin, Walsh… se limitan al tópico. Lo suyo es la coreografía básica y el movimiento de cámara hasta la exasperación. Un hierático Alexander Skarsgård convierte al personaje de Edgar Rice Burroughs en un atleta que tan pronto adquiere dimensiones de superman con capa selvática como es zarandeado por sus hermanos simios; ni que decir tiene mucho más humanistas que Greystoke intentando releer el libro de la selva. El director de ‘Animales fantásticos y dónde encontrarlos’, fecundo realizador televisivo hasta que se enganchó a la saga Harry Potter, se ha inclinado más por las sombras de Tarantino que por las del Conrad de ‘El corazón de las tinieblas’. Un filme que trata de equilibrarse entre cierto esteticismo de álbum y el espectáculo de acción incesante, pero que nunca abandona el modo plano de sus credenciales. Uno echa de menos a Chita y hasta el grito del buen salvaje resulta ronco y escaso como si no hubiese necesidad del efecto llamada. Filme atorado, ensimismado en el mito y en la sucesión de infinitas adaptaciones anteriores, ‘La leyenda de Tarzán’ maneja con soltura su estructura de flash backs, solapados o paralelos a la narración presente, para abordar el relato de las raíces y el combate interior que sufre el personaje entre su instinto y su razón. Pero no es suficiente. Donde se dice Tarzán póngase al aventurero de ‘King Kong’ o al del ‘corazón verde’ y el tono y la sensación de haber pasado por la agencia de viajes en busca de un buen y completo paquete turístico es el mismo. Los efectos especiales, demasiado anclados en el fuego de artificio, no contribuyen a dotar de autenticidad al escenario e incluso colisiona con la fotografía o simplemente cantan en algunos planos digitales. Todo es ligero, llevadero, muy visto, gozoso cuando Jane /Margot Robbie le roba planos a su compañero de camastro de hojarasca, pero apenas da para rascar un vuelo pasajero emocional o un rasgo de identidad que permita seguir el rastro de la diferencia. Cada uno lleva un Tarzán dentro, un salvaje contradictorio y libre. A esta nueva ilustración apenas se le puede pedir más que un par de horas de fuga en un resort con casa en los árboles y ducha de elefante, mientras soñamos con ser el rey de la jungla digital.