La punta del iceberg
España. 2016. 90 m. (7). Comedia.
Directora: Inés París.
Intérpretes: Belén Rueda, Diego Peretti, Eduard Fernández, María Pujalte, Fele Martínez, Patricia Montero.
Salas: Cinesa
El epicentro deshumanizado de la crisis servido en plato frío y crudo, muy crudo. ‘La punta del iceberg’ es una obra de teatro y teatral es su traslación a la pantalla con unos excelentes actores desvelando ese retablo de miedos y pesadillas que se revelan tras la patina impoluta de una multinacional con deslumbrante cuenta de resultados. David Cánovas, con frialdad pero pulso firme, realiza una disección que incide tanto en la psicología como en la atmósfera dejando que la empatía la ponga una magnífica Maribel Verdú, que encarna a una ejecutiva sin escrúpulos, profesional pura y dura, y convertida en maestra de ceremonias de esta incursión en el ojo del huracán del drama laboral, el capitalismo salvaje (no hay otro), el abuso de poder y el nepotismo. Cuando el filme comienza adentrándose en una trama detectivesca, casi negra, que alimenta la investigación en torno a unos suicidios, genera una tensión y el consiguiente interés. Después decae por la falta de credibilidad de algunos elementos dramáticos y la burbuja de explotación y chantajes se torna algo monótona, dependiente de los posibles giros y vueltas de tuerca, y dotada de una corrección demasiado aséptica. Intriga laboral y drama social conforman un virus inoculado en un entramado nacido de la obra de Antonio Tabares. La descripción de un mundo enquistado en la asfixia hipercompetitiva se revela de manera contenida y sobria y salvo detalles como la recreación innecesaria de los suicidios, es un filme eficaz, sin subrayados efectistas. La descripción visual de los espacios laborales, sometidos a hipervigilancia, es el atractivo campo de batalla de una adaptación de enorme dificultad ala hora de superar el peso de los diálogos y que tiene como referentes a películas como la francesa ‘Recursos humanos’ de Cantet, o las españolas ‘El principio de Arquímedes’ de Gerardo Herrero y ‘Smoking Room’ de Wallovits y Roger Gual. El debutante Cánovas abona, apoyado siempre en las columnas que le proporciona el talento de Verdú, una serie de intrincadas insinuaciones sobre un ecosistema corrosivo, en el que el bisturí secciona esos territorios de incomunicación, contaminación y silencios. Aunque sin traspasar la superficie de ese monstruo helado que es la crisis, el filme, entre cierta acidez y la sutileza de muchas interpretaciones fugaces, deja ver el fondo oscuro de ese vínculo perverso entre vida laboral y vida personal.