Pesadillas
EE UU. 2015. 103 m. (7). Fantástica.
Director: Rob Letterman.
Intérpretes: Dylan Minnette, Odeya Rush, Amy Ryan, Jillian Bell, Jack Black, Ryan Lee.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Rob Letterman, director de ‘Monstruos contra alienígenas’ y ‘El espantiburones’, es el jefe de pista de este circo ochentero, algo así como un dj que mezcla imágenes con tanta facilidad como Guetta pinchando en una fiesta ibicenca. Con mas guiños y homenajes que verdadera personalidad, ‘Pesadillas’, entre Amblin, Joe Dante, ‘Súper 8’, ‘Noche en el museo’ y, por supuesto, ‘Jumanji’, es un buen entretenimiento que mide las dosis referenciales, cuida su mezcla de géneros y presenta a Jack Black como maestro de ceremonias. Cuando el filme toma pausa, se vuelve iniciático y aventura de aprendizaje y vindica el descubrimiento a través de la fantasía, logra un equilibrio atractivo, sin aspavientos, con una interesante descripción gradual de personajes y acciones. Luego llega el desmadre, la acumulación, el arrebato desigual donde se solapan intenciones, perfiles y situaciones, en especial esa galería de monstruos y miedos que huyen de las páginas de los libros donde terror y humor parecen colisionar o estar poco engrasados. Con fotografía de Javier Aguirresarobe, un guión bastante cuidado y un juego literario entre Stephen King y las novelas de R. L. Stine, el filme se desliza con cierta soltura entre la curiosidad infantil, la complicidad de la cuadrilla con síndrome de ‘Los cinco’ y ‘Los Gonnies’, y el gamberrismo juvenil. Todos los recursos de la aventura de los 80 asoman por las puertas y ventanas físicas, reales y oníricas, de ‘Pesadillas’. Curiosamente cuando el filme se detiene en los miedos adolescentes, en lo primario, entre prohibiciones, curiosidades, despertares y cambios, la autenticidad es mayor. Mientras que el desfile digital de monstruos resulta caótico en su coreografia, poco seductor y más bien un parche agotador, el toque serie B juguetón es más lúcido y mejor planteado. Con cierto cosquilleo y carne de pasarela, del monstruo de las nieves a los zombis, pasando por el muñeco ventrílocuo, el filme es un canto a la amistad, a la necesidad de mantener encendida la llama de la imaginación y la apelación a un cierto espíritu lúdico. Todo es básico, sin complicaciones y en ese ejercicio la película de Letterman gana sonrisas y simpatía pero pierde empatía. Se mira como un viejo álbum, una colección ya conocida que se tira luego encima del sofá para seguir con otra cosa. Es distracción pero no más que los juegos de mesa y videojuegos que se generaron sobre la exitosa saga de libros juveniles. Al filme le falta esa efervescencia entusiasta que sin perder de vista su fuente original se eleve con fuerza visual independiente e intensidad. La idea madre fundacional sigue siendo un auténtico resorte. Más allá de las risas y escalofríos, algunas veces con sabor enlatado y artificio, vencer a la tentación y abrir el libro para dejar salir la imaginación es una de los mejores episodios de una lección interminable.