45 años
2015 Reino Unido
Director: Andrew Haigh.
Reparto: Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James, Dolly Wells, David Sibley, Sam Alexander.
Drama.
Salas: Groucho.
El celaje otoñal se posa sobre cada fotograma de este drama contenido y pausado. Las lágrimas, el desgarro y las sombras son aquí interiores, se presienten y anuncian, pero nunca dejan de estar presentes de alguna manera. El pasado se postula como una amenaza permanente que pone a la vida en cuarentena. El relato desconocido, oculto, casi secreto, que acecha a un matrimonio justo en vísperas de celebrar su medio siglo de convivencia es un excelente ejercicio de economía narrativa sostenible. Obra de cámara, en muchos momentos salpicada por el paisaje como sinfonía de fugacidad e inevitabilidad, ‘45 años’ se apoya en el sobrio trabajo de Charlotte Rampling, la actriz de la mítica ‘Portero de noche’, que elude los lugares comunes y construye un personaje matizado, que deja entrever el dolor asimilado, la parcialidad del amor recibido, el miedo a descorrer todas las cortinas de las habitaciones propias y ajenas. Con los pálpitos medidos, este soplo al corazón es puro contratiempo cardíaco, cine a contracorriente. Frente a la desmesura, el opio de lo frenético y la turbamulta solapada de demostraciones abusonas, ‘45 años’ impone mesura, equilibrio bergmaniano, discreción emocional, silencios lacerantes como un bisturí invisible que disecciona el centro de las heridas. Hay gestos, muchos, que no aspavientos, en este sutil camino de descubrimientos sobre el alambre espinoso del tiempo. Una obra sencilla, lo que no está reñido con su hondura; conmovedora, sin necesidad de zarandear, y teñida de un ocre que a veces es renuncia y otras un pasaje al fondo de un túnel sin posibilidad de salida. Con concomitancias al Haneke de ‘Amor’, y a los retratos de matrimonio de Bergman, ‘45 años’ es pura intimidad, un duelo de miradas y silencios sobre lo que se puede decir y lo que nunca debió callarse. El cineasta de ‘Weekend’ no se enreda en lo oscuro. Con el camino expedito y diáfano para sus intérpretes, grandioso también Tom Courtenay, deja que la tristeza, el tragaluz de la memoria y los miedos discurran como fluidos de un disturbio mayor sobre el rostro de la rutina. Un filme grave, doloroso, que se abre y se cierra con planos delicados, tan habitados por elipsis como el resto de este trayecto sembrado de escondites, buhardillas y arcones donde se mezcla la desolación, el vacío, la fragilidad y el sentido de pérdida que abre una vía de agua en la convivencia. Esta orfebrería introspectiva, sinuosa, serena en lo formal pero terrible en el fondo, se desprende de la pantalla, se instala en los bordes de la mirada y convierte los afectos en un interminable naufragio.