Black Mass
EE UU. 2015. 122 m. (12). ‘Thriller’.
Director: Scott Cooper.
Intérpretes: Johnny Depp, Dakota Johnson, Joel Edgerton, Juno Temple, Guy Pearce, Benedict Cumberbatch, Kevin Bacon, Sienna Miller.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Cuando pretende adscribirse a la crónica, al retrato y a los hechos, a Scott Cooper le sale un biopic al uso. El mayor enemigo de ‘Black Mass’ son las comparaciones lógicas y naturales, y también las odiosas. Por ejemplo, unos saldrán de la sala maldiciendo ‘por qué carajo no habrá rodado esto Scorsese’, y otros muchos dejarán la butaca con la sensación del dejà vu masticado y reiterado hasta la saciedad. Cuando busca –pocas veces– un giro inesperado o un detalle, el filme adquiere y asume una identidad que el destino le niega. Ni que decir tiene que la historia de Bulger/Depp está mediatizada por la sensación de que es imposible separar el retrato y la interpretación, pues el satanismo y la morbosidad que aporta el actor es el único sello de diferencia. ‘Black Mass’ aborda el pacto que en Boston alcanzaron los sistemas de seguridad, FBI incluido, con uno de los más peligrosos gángsters surgido en los setenta. No hay profundidad ni originalidad en la apuesta del cineasta de ‘Corazón rebelde’. Su trayecto supuestamente riguroso es unas veces academicista y otras de telefilme con pretensiones de autoría. Al filme le falta energía, intensidad, desgarro, hondura. Pasa de puntillas, teme soltarse la melena y opta por un final acelerado, moralizante y convencional. Johnny Depp, quien antes fuera John Dillinger (en ‘Enemigos públicos’), fundamenta su atractivo a la hora de dar vida al que presumía de ser el criminal más buscado de la historia del FBI, mediante un trabajo contenido. Mientras su trayectoria despegada de Burton ha sido la del exceso, el histrionismo y la parodia, aquí aprovecha la oportunidad para hacer uno de esos encajes entre lo físico y el desprendimiento de rutina para lograr que de cada gesto impoluto, medido, aflore un rasgo de este fausto callejero, de barrio y droga, de delincuencia y clan, de código de honor y salvajismo. Cooper, director de ‘Out of the furnace’, nada entre dos aguas de modo que unas veces se interesa por los negocios sucios (perdón por la redundancia) y la mafia, y en otras se detiene en la personalidad del monstruo. Es ahí, gracias al actor de ‘Donnie Brasco’ y ‘Ed Wood’, donde el filme adquiere y revela texturas más personales. El resto se asemeja a un acta notarial de unos hechos que viajan al corazón de la corrupción y a las entrañas del sistema podrido pero sin que causen conmoción alguna. Lo turbio instalado en lo normal, la turbación desmayada como un magma que acaricia a los personajes y deja la puerta abierta a una bofetada amoral, a esa naturalidad con la que el capo igualaba su amor por su madre y su admiración por su hermano con su facilidad para matar de la manera más sádica a un soplón. El perfil, a modo de flashback, se asemeja a un rutinario dietario del horror sobre los límites del poder y la venganza. Por contra, se muestra en una sola secuencia lo que hubiera podido desprender de haber centrado su diana: ese instante en el que un Depp inquietante y repulsivo se asoma a la habitación de la mujer del agente del FBI. Una lección sugerente de cine poderoso. Hay oficio y solidez pero el trayecto de los 70 hasta los 90 se recorre sin que la sangre manche ni el inframundo toque la fibra mas sensible. El cliché manda. Te vas del cine con la caricia desagradable de lo que no fue.