Hitman: agente 47
EE UU. 2015. 96 m. (16). Acción. Director: Aleksander Bach. Intérpretes: Rupert Friend, Zachary Quinto, Hannah Ware, Ciarán Hinds, Emilio Rivera.Salas: Cinesa y Peñacastillo
La cosa va de agentes. Pero ya no hay secretos. El que nos ocupa es un Anacleto tieso, tan frío como la película, de alopecia rotunda, hierático, robotizado, impostado; y ella, una ‘Nikita’ que nunca llega a ser consciente de sus hiperpoderes. Todo tiene un aire de Matrix distópico en una sociedad que aspira a ser perfectamente selectiva en su capacidad para depurar. Pero esa es la capa superficial, sin rugosidades, que en cuanto se araña revela su conjunto vacío, su inconsistencia y endeble armazón. En este thriller entre el videojuego, la estética publicitaria y el vídeo musical, solo importa la acción como motor, razón de ser y materia prima. El resto, una historia de multinacionales del crimen, experimentos de Estado, ejércitos perfectos, sistemas deseosos de poseer sus ‘Robocops’, sin fisuras ni fechas de caducidad, al servicio homicida, es una sucesión de persecuciones entre el anuncio descarado de una marca de vehículos (no la que están pensado) y una propaganda arquitectónica con Singapur como exponente de vanguardia. Por lo demás el debutante publicista Aleksander Bach se limita a exprimir la situación, no límite sino imposible, con un amarillista uso del marcaje al hombre, entre diálogos grandilocuentes y situaciones más previsibles que un comunicado oficial del Gobierno. Nadie parece haberse preocupado de dotar de vida a los personajes, entre el arquetipo y la caricatura, y el filme funciona con el piloto automático puesto. Las criaturas que lo habitan son autómatas y el espectador ha metido la monedita en la maquinita hasta que el ‘game over’ le despierta. La acción no como mecanismo narrativo sino como un narcótico de disparo certero, ensalada de tiros, coreografía viejuna de ángulos imposibles y planos de salón, y paradas a repostar ansiedad antes de seguir el camino hacia ninguna parte. Lo de 47 es un intento de hacer franquicia al rescatar el primer ‘Hitman’ de Xavier Gens, que tampoco pasará a la historia. Biotecnología y metáforas sobre el poder y sus límites hay en abundancia, pero inteligencia narrativa poca. Se desaprovechan situaciones límite y escenarios que hubiesen proporcionado imaginativos giros o dosis letales de ese cine-impacto con vocación de zarandear al espectador. Pero ‘Hitman’ nace muerto. Es carne de juego repetitivo y sin alma. Vemos la máscara, la solemnidad de la historia y la cáscara metalizada de una carrocería de factura intachable, pero todo es diseño que colisiona con cualquier relámpago de talento y asombro. Solo se esperan fogonazos que ciegan toda posible luz de vida propia. Su consumo, que no visionado, se acepta como artefacto explosivo, hiperviolento y cínicamente calculado. El experimento estilizado son los espectadores.