Aprendiendo a conducir
EE UU. 2015. 105 m. Comedia dramatica. Directora: Isabel Coixet. Intérpretes: Ben Kingsley, Patricia Clarkson, Grace Gummer, Sarita Choudhury. Salas: Cinesa
Aquí se habla de los espejos retrovisores de la vida y de los adelantamientos emocionales indebidos. También de las infracciones del desamor. Isabel Coixet se pone en modo pausa, que no en punto muerto, y aunque parezca ausente, deja en este manual de tacto, huellas reconocibles de su escuela y estilo. Su película se desliza por una carretera donde las criaturas humanas son los baches y donde los errores, los despistes y las curvas sentimentales, mal tomadas, provocan accidentes y daños colaterales. ‘Aprendiendo a conducir’ es como uno de esos poemas ajenos de los que nos apropiamos y hacemos propios, es un filme cobijo que en ocasiones nos produce rechazo. La cineasta de ‘Cosas que nunca te dije’, que parece vivir un presente prolífico de transición, despegada o distanciada de su propia marca, es una directora que muchas veces te agarra como espectador, otras te ignora y, muy a menudo, te suelta bruscamente. En esta historia de palabras adecuadas y gastadas, hechos elocuentes y muchas omisiones, Coixet nos sienta al lado del volante y nos lleva por un paisaje humano tan conocido que nos parece nuevo. Pero lo hace sin estridencias, a contracorriente de este presente de ruido y furia, colisionando con las pérdidas pero rehaciendo la carrocería vital sin ignorar las señales y las rotondas, los puentes y los cruces. A la directora de ‘La vida secreta de las palabras’ apenas le bastan dos personas/actores inmensos (Ben Kingsley y Patricia Clarkson, que ya trabajaron con ella en ‘Elegy’) y un puñado de personajes como peatones que cruzan por un paso de cebra muy subrayado, o asoman inesperados obligando al filme a frenar en seco. Como en gran parte de su recorrido creativo, también en esta historia o producción más ajena Coixet sabe llevar el viaje a su maleta. La soledad, las palabras que dañan y las que sanan, el desconocimiento del otro, la fuerza de la costumbre. En este manual de infractores, casi sin querer, palpitan miradas, gestos y una sutil declaración de pequeños rastros de complicidad y empatía. Con Coixet, mientras esperamos su prometedora ‘Nadie quiere la noche’, con Juliette Binoche, emprendemos un trayecto de aprendizajes, suspensos fugaces y giros radicales. Las palabras son el código y volver a tocarse se antoja un examen práctico. Lo que vale una caricia, aunque para entonces hayamos perdido todos los puntos del amor.