Pasear sin prisa y sin destino agudiza la capacidad para ver y reflexionar. En los últimos días, el calendario se olvidó de apretarme y tuve tiempo para no hacer nada. Bueno, algo sí. Apunté en el móvil unas palabras clave que me permitieran recordar cuando me sentara frente al ordenador.
Bolsas. Primera palabra. Son útiles, no cabe duda. Suelo guardar las más grandes, prácticas, resistentes, alguna curiosa… Pero en Santander –y seguro que en más sitios – hay quien baja el bocata en bolsa de boutique. Me explico. Bolsa de tienda cara que va y viene con todo objeto transportable. Cientos de usos y regresa a casa. No la tiran. No vaya a ser que tengas que llevar algo otro día y sólo tengas las del Lupa. ¡Qué dirían…!
Envidia. Segunda palabra. Posiblemente agudizada con la crisis. No me extenderé mucho. Al que ascienden es un gilipollas si es chico y una fresca si es chica. A su lado, crítica. Tercera palabra. Nada vale. Se da en esto un fenómeno curioso y que, en matemáticas, sería inversamente proporcional: Los que critican todo lo que se hace son los que nunca hicieron nada.
Difíciles. Cuarta. «En Santander sois difíciles, cerrados». Me lo dijo una chica que conocí hace poco. Me puse a hablar con ella por casualidad y acabé tomando copas con ella hasta el amanecer. «¿Pero eres de Santander?», me preguntó con insistencia. Hasta me dio rabia. Sin embargo, reconozco que en el inicio de la charla yo pensé lo mismo. «Es de fuera…». Lo era. Vino a trabajar por unos días. Otra amiga ‘foránea’ me contó hace poco que llegó a acercarse a alguien para decir «¿No te acuerdas de mí?». Y no le conocía de nada… Sólo quería hablar. Hacer amigos.
Bolsas. Envidia. Crítica. Difíciles… Había algo más escrito en el teléfono junto a las palabras. ‘¿Por qué somos tan tontos?’ Muy tontos. Tanto como yo por no apuntar en el mismo móvil el teléfono de aquella chica.