Yo quise ser médico, pero me asustaba la sangre. Después agricultor, pero lo de doblar el espinazo y mirar al cielo no iba conmigo. Futbolista, pero en el patio del colegio me pusieron en mi sitio. Y también empleado de una tienda de deportes, profesor, cocinero, cantante… Un poco de todo, como los niños de entonces. Lo normal cuando a uno le preguntan y aún no le han salido pelos en la barba. Luego ya estaba el adulto de turno para hablarte de las salidas, de los sueldos, de las carreras… Y para tí la salida era el timbre de la clase, los sueldos eran pagas de veinte duros y las carreras, aquello de haber quien corre más.

Recuerdo todo esto porque cuando cojo el autobús hasta Cuatro Caminos o cuando por Cañadío escucho las conversaciones de los que a las once tienen toque de queda, tengo la sensación de que algo ha cambiado. ‘Las niñas ya no quieren ser princesas’, canta Sabina. Lo dice por las niñas de Madrid, pero a las de Santander les va bien el viaje. Ahora niños y niñas (algunos, por suerte) dudan entre convertirse en bailarines de Fama, cantantes de OT, supervivientes de isla o habitantes de la casa. Lo importante es salir en la tele y que te pregunten cosas por la calle. Porque ser cantante sin nominaciones no vale.

Ahora es más importante parecer que ser. Beckhan ha hecho mucho daño a la sociedad adolescente. ¿Por qué? Porque todos quieren ser futbolistas guapos y llevar el pantalón caído y la cresta de turno. Pero nadie les dijo que Beckhan entrena cada día –y se mancha– para ser un buen profesional.

Por eso, se ponen de moda los castings (da igual de qué) y escuchas decir a una niña de quince que lo que quiere es pillar con un torero para contarlo y ganar mucha pasta. Y, ahora, la mamá hasta pone la cama y el papá le paga las tetas por dejar menos de tres en el ‘insti’.

Tal vez exagero, pero el otro día en una carpeta vi una foto de Belén Esteban.