Van pasando los años, las ciudades, las personas, la vida… Y a uno no dejan de sorprenderle las cosas que se ven por ahí. No voy a hablar ni de los políticos ni de esos futbolistas que sacan los córners y envían el chut camino de un paraíso fiscal para el disfrute de todo el clan una vez cuelguen la botas. Voy a hablar de lo que se puede encontrar el turista despistado cuando entra en un bar en una localidad para él desconocida.
Cartagena no me es desconocida… Bueno sí. Esta antigua península, la vieja Qart Hadasht de Asdrúbal y la Carthago Nova de Escipión El Africano, con un patrimonio histórico y monumental de órdago a la mayor, ha pasado en unos años a ser la ciudad más contaminada de España a una lindeza de urbe, un ejemplo de recuperación sorprendente. Y por eso, a los que conocimos Cartagena hace muchos años, cuando el polvo de cinc invadía todos los espacios, nos asombra su espectacular transformación.
Cartagena tiene una gran vida y grandes restos arqueológicos, entre los que destacan ese teatro hermano del de Mérida o los restos de la muralla púnica que los cartagineses construyeron para defender la ciudad del enemigo romano. En sus calles, además de historia, se respira un ambiente de gente que frecuenta bares, restaurantes y cafeterías, al viejo estilo de los puertos de mar.
En uno de ellos, y aquí viene la sorpresa de la que hablaba antes, llamado Bodega La Fuente, encontré hace unos días unas anchoas en salazón que una paisana sobaba a mano delante del cliente, que me dejaron flipado. Siempre pensando en nuestros puertos, una acción como esta descoloca al más pintado.
Pues bien, resulta que este establecimiento pertenece a franquicia que, al parecer, compra el bocarte en Santoña y lo elabora de manera artesanal para ser servido al instante. Hay otro en Madrid, en la calle Ponzano (Chamberí). Curioso.