Saben los que me conocen que no soy un tipo acalorado, que me enfado poco y cuando lo hago me gusta ser discreto, que se enteren los interesados y pocos más. Me apetece de vez en cuando, como a casi todos, discutir y hasta porfiar, que son dos verbos distintos. La polémica me divierte y me aburre la falta de argumentos de algunos rivales a la hora de entablar un debate. Y sí que me irritan, y bastante, las injusticias y las necedades, en especial las que salen de los que conocemos como representantes políticos, especialmente las que vienen de estos nuevos partidos que parece que hubieran inventado la democracia, y que insultan groseramente a diestro y siniestro a quien no comulgue con sus ideas, o a los-las que razonan con más conocimiento y sabiduría. Me duele ver cómo se van perdiendo palabras ricas de nuestro lenguaje cántabro, en función de modernidades y corrientes que vienen de fuera, como si por tener entre sus letras muchas ‘k’ y ‘t’ y ‘x’, fueran idiomas por encima del nuestro. Aunque escaso, maravilloso. Veo en algunas cartas de nuestros restaurantes, y no es la primera vez que lo denuncio, platos como el ‘marmitako’ o las ‘kokotxas’, dos ricas elaboraciones muy marineras que no consta sean originarias del País Vasco. Aquí, dónde las cuestas son pindias y el gabinete no es un despacho de abogados, el guiso de las patatas con bonito, cebolla roja y lo que ustedes quieran añadir se llama ‘marmite’, ‘marmita’ o ‘sorroputún’. Y a las barbillas de la merluza o el bacalao, además de limpiarlas bien antes de ponerlas en salsa verde, les quitamos la ‘k’ y el ‘tx’: Cocochas, pues. Paseando una mañana por la localidad gaditana de Tarifa, una joya arquitectónica con una importante herencia islámica, me encuentro con un bar con una pinta estupenda con un cartel que señalaba ‘pintxos’. ¡Genial!, hasta en el sur la tendencia es también la de cambiar los términos castellanos por esos otros tan invasivos como los malditos plumeros.