Las modas, por fortuna, no son eternas. Nacen muchas veces por generación espontánea, crecen desproporcionadamente, se desarrollan por doquier y, como a todos y todo, un día les llega su adiós. Esto pasa mucho en el mundo de la hostelería. Un ejemplo: uno se sienta en una cafetería de Santander, un chiringuito de Conil de la Frontera, un restaurante de Madrid o una cervecería de Salamanca y el camarero te recibe con un sonoro:” ¡Hola chicos, que vais a tomar!” Rejuvenece y se agradece el saludo ya que el servicial barista no tiene nunca en cuenta la edad del cliente. El saludo vale igual para jóvenes y adultos.
Si en la mesa se sientan más de dos personas, cambia la bienvenida. Ya no se emplea el “¡Hola chicos!”, que se sustituye por un “¡Qué tal familia!” Chicos, familia…, queda en el olvido aquel “¡Qué van a tomar los señores!”, quizás demasiado ‘rancio’ en los tiempos que vivimos. La moda.
Pero todo pasa. Hace ya unos años que se dejó de ofrecer al comensal ‘un riojita’ o ‘un riberita’, cursis denominaciones, y no de origen, para dos vinos universales. Fue la época aquella de los ‘triunfitos’ y los ‘podemitas’, palabros que nacen por generación espontánea, hacen gracia al colectivo y se expanden cual mala epidemia.
De un tiempo a esta parte está muy de moda el moscato, ese vino suavecito, de poca graduación alcohólica, algo carbónico y de cierto sabor dulce. Yo soy uno de los aficionados a este caldo italiano que, en nada, puede compararse con los que se hacen en nuestro país. La verdad es que el moscato te permite beber mucho más sin miedo a cogerte una buen moña. Una mala costumbre, que espero sea una moda pasajera, es la de pensar y llevar a la práctica a la hora de servir una ronda que el citado caldo italiano es cosa de mujeres y el blanco de solera de hombres.