Para no cortarse los dedos es fundamental, aunque parezca paradójico, un cuchillo bien afilado. Sin un buen material es imposible trabajar en la cocina. Como son necesarios unos buenos cubiertos para enfrentarse a un chuletón, también lo son cuchillos que hagan finas lonchas o partan la verdura como dios manda. Existen ya en el mercado cuchillos con un uso determinado, desde el llamado del chef, que sirve para casi todo, al espectacular cuchillo jamonero que asusta a la vez que invita a usarlo sin descanso sobre una buena pata de cerdo ibérico curada en sal.
Mención aparte merecen los cuchillos que se emplean en las pescaderías para hacer de un pescado unos atractivos lomos listos para rebozar o partir en rodajas, del tamaño que se quiera, un fresco bonito del norte.
Ni que decir tiene que los cuchillos, en el fondo, son armas blancas, por lo que es importante saber manejarlas y guardarlas a buen recaudo en nuestro armero particular de la cocina. Por cierto, nunca entendí ese control sobre las navajas que siempre se utilizaron con el buen fin de cortar el pan o una longaniza a la hora del almuerzo. A mí me parece mucho más peligroso y descontrolado el cuchillo para partir la cebolla.
Mi amigo Paco, al que nunca le faltan anchoas de Santoña en la nevera de su casa de Madrid, como buen extremeño, lleva siempre encima una faca para trocear la hogaza y el chorizo de su tierra. Yo guardo una en la guantera del coche, junto a un descorchador, en el kit de primeros auxilios.
Por lo tanto, en casa no debe faltar un equipo de cuchillos bien afilado. Ni tampoco una chaira para tenerlo siempre con el filo en perfecto estado de revista. Asimismo, cada vez se hace más necesaria una de las estrellas de la cocina contemporánea: el rallador de verduras. Yo no puedo vivir sin él…, ni sin el jamonero (el cuchillo).