Por todos es bien sabido que en Sevilla, además de azahar, se huele a Cantabria por muchas de sus esquinas. Allí y en Cádiz se quedaron muchos de nuestros paisanos, allá por mediados del pasado siglo XX, en busca de una vida mejor. En su mayoría, optaron por el sector mercantil, estableciéndose en tiendas de ultramarinos que fueron adquiriendo con el paso de los años y que generalmente se convirtieron después en bares y restaurantes de categoría. Hoy en día, algunos de estos negocios continúan en manos de hijos y nietos de aquellos audaces chicucos. Un buen ejemplo es ‘La Flor de Toranzo’, fundada en 1942 por Trifón Gómez que después regentó su hijo Rogelio y que ahora lleva su nieta María.
Pero es en Triana, en una esquina de la calle Pagés del Corro, donde se levanta el restaurante Victoria 8. Se trata de un antiguo corro de cinco habitaciones, convertidas ahora en salones donde se pueden degustar platos y tapas, mezcla de la cocina tradicional y moderna.
Allí ejerce de anfitriona Begoña Barquín, que a pesar de su cerrado acento sevillano, esconde y presume de su ascendencia cántabra. Su padre, Marcelino, nació en Guriezo, en el barrio de Pomar, y hasta allí se desplaza verano tras verano esta joven y entusiasta hostelera.
Marcelino Barquín fue un trabajador de Magefesa que en 1968 fue trasladado a Sevilla donde su hija, después de regentar también en Triana otros negocios de hostelería, abrió hace ocho años este Victoria 8.
Si algún día deciden recalar en el barrio de los gitanos, donde reinó Juan Belmonte, y visitan este restaurante, déjense orientar por Begoña. Si no está o les da apuro, recomendables son sus empanadillas de perdiz, las gambas al ajillo con aguacate, la cola de toro y el milhojas de berenjena, entre otros.