‘Un líder es el que lleva sus seguidores a donde nunca habrían ido solos’. Entre las muchas frases célebres, unas solemnes y otras cargadas de ironía, que definen el liderazgo, las hay que se ajustan a las necesidades de la corriente que en el PP de Cantabria busca el cambio en la dirección del partido que preside Ignacio Diego. No son pocos, pero quieren un dirigente con predicamento que abandere el movimiento. En el PP cántabro no han esperado a que se celebre dentro de dos semanas el congreso nacional para entablar la batalla del cónclave regional del 25 de marzo. En el aparato se toman posiciones, se airean consignas de Génova reales o ficticias, se alcanzan acuerdos que duran horas, se proponen teorías conspiranoicas, a veces inverosímiles y contradictorias, y tampoco faltan la intriga y el juego sucio.
En realidad, el debate sobre el liderazgo en el PP cántabro se abrió hace ya 21 meses, en la misma noche electoral del 24 de mayo de 2015, nada más sustanciarse en las urnas un descalabro de proporciones comparables a la histórica victoria de cuatro años antes: la conquista del Gobierno regional con mayoría absoluta y el bastón de mando en 60 municipios, la mayor cota de poder alcanzada por el partido hasta entonces.
Esta vez el varapalo supuso el desalojo del Ejecutivo y la pérdida de una veintena de ayuntamientos, los más poblados de Cantabria. Solo en Santander Íñigo de la Serna pudo mantenerse a duras penas como alcalde merced a un acuerdo con Ciudadanos. El fracaso se tradujo en una notable desmotivación en el PP, que los mediocres resultados en las dos elecciones generales posteriores y la desangelada vida del partido no han ayudado a mejorar.
Ignacio Diego resolvió mantenerse al frente del partido, al menos provisionalmente, durante el largo periodo de inestabilidad que ha concluido con la investidura de Mariano Rajoy luego de dos elecciones generales. Ahora se abre el proceso congresual y toca tomar decisiones definitivas.
Diego evalúa sus apoyos, en Cantabria y en Madrid, antes de anunciar si opta a la reelección o da un paso hacia el costado y propicia un nuevo liderazgo. Los vaivenes de los últimos días en una y otra dirección no se han concretado. El presidente del PP tiene sus más fieles partidarios entre los parlamentarios nacionales y en un sector de los diputados regionales, más el respaldo –difícil de evaluar– que mantenga entre los 14.000 militantes cántabros.
La cúpula del PP ha perdido la cohesión de los buenos tiempos y algunos de sus miembros ya han comunicado a Diego que no le acompañarán si finalmente intenta seguir al frente del partido.
El movimiento disidente tiene un núcleo central en los exalcaldes de municipios importantes que perdieron el cargo en los comicios de 2015, a pesar de ser los más votados en la mayoría de los casos, porque no encontraron con quién negociar acuerdos de gobierno. Los exalcaldes se reúnen con cierta periodicidad –incluso con el propio Diego presente, hace pocos días– para hablar del futuro preocupante que observan en el PP, anclado en la soledad y la desmovilización, frente al PRC pujante y al PSOE, más endeble pero encaramado a las principales alcaldías gracias al pacto con el regionalismo.
La corriente que reclama la renovación en el partido ha intensificado su campaña con vistas al congreso del 25 de marzo. Desde ese grupo y desde otras instancias populares animan a María José Sáenz de Buruaga, secretaria autonómica, para que se ponga al frente del movimiento renovador. En la cena navideña del PP tuvo un impacto considerable el discurso de la número dos del partido, quien reclamó «un partido fuerte, renovado y unido, porque no se puede ganar en 2019 con los argumentos de 2015, porque se trata de ganar para gobernar y de interiorizar la cultura del pacto».
En la efervescencia de teorías diversas sobre la posición de Génova se abre paso la idea de que la cúpula nacional apoya el relevo en Cantabria. En ese nivel probablemente tendrá un peso importante la opinión del nuevo ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, también partidario de la renovación en Cantabria. Por lo demás, en las no siempre fáciles relaciones entre el entonces alcalde de Santander y el Gobierno regional del PP, De la Serna tuvo en la vicepresidenta Sáenz de Buruaga a su mejor interlocutora.
Por el momento, las estrategias del oficialismo y la disidencia tienen lugar entre bambalinas, dirigidas al consumo interno. Muchos contactos discretos y muy escasa proyección mediática. Génova, naturalmente, no quiere ruido antes del congreso nacional que se celebrará del 10 al 12 de febrero. Al encuentro de Madrid viajarán 59 compromisarios cántabros de los dos bandos. La tensión se podrá cortar con un cuchillo.