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Teresa Cobo

La Engaña

55 años de una hazaña estéril

(Reedición especial)

Visita de autoridades, encabezadas por el Conde de Vallellano, ministro de Obras Públicas, al túnel de La Engaña el 15 de octubre de 1951. / ARCHIVO HISTÓRICO DE FEDE (BURGOS)

 

«Casi nos desmayamos

de alegría al calar el túnel»

 

El relevo privó a la brigada de “El Torcido”, por solo diez minutos, de la gloria de abrir en La Engaña la galería ferroviaria más larga de España

Fue la barrena de González Frías, en Yera, la que casi chocó con otra que perforaba desde Valdeporres

Atrás quedaban 18 años de excavación, decenas de muertos por caídas de rocas, cientos de heridos y de enfermos de silicosis

Los hombres trabajan con el torso desnudo, inmersos en una densa nube de vapor. El calor y el ruido son infernales dentro de la montaña que agujerean. La tierra se pega a sus cuerpos sudorosos. La roca filtra agua que hay que bombear. El barro trepa por las perneras de sus pantalones. Están agotados y empapados, pero, por primera vez, no tienen prisa por que acabe el turno de doce horas. ¡Están tan cerca de conseguirlo! No quieren que el relevo les prive de la gloria de calar el túnel ferroviario más largo de España, el de La Engaña, que comenzó a excavarse hace 18 años. Desde este lado de Yera, en Vega de Pas, oyen el golpeteo de las mazas de los desconocidos compañeros de Valdeporres, en Burgos, que avanzan desde la boca sur. Las manecillas del reloj marcarán pronto las ocho de la mañana. Es 26 de abril de 1959.

«¡Más vagonetas, que me envíen más vagonetas para desalojar todo esto cuanto antes!», grita, ansioso, el capataz Millán, más conocido por “El Torcido”. Su meta es avanzar y avanzar en la perforación, sin que les estorben las piedras acumuladas tras meter las barrenas y dinamitar. Los trozos de rocas forman un cúmulo de seis metros de altura y ahí, en lo que llaman la destroza, se afanan otros peones para retirar los escombros y enviarlos en vagonetas hacia la boca norte, en Yera. Han pasado ocho años desde que, en 1950, se reanudó la perforación del túnel de La Engaña con la empresa Portolés, que sustituyó a la anterior adjudicataria, Ferrocarriles y Construcciones ABC.

Los obreros de la boca norte conectaron con los de la boca sur por este boquete, en abril de 1959. / SAMOT

La brigada de la suerte

La cuadrilla que se desloma en el avance ha entrado a las ocho de la tarde del sábado. Ahora son las ocho de la mañana del domingo. Llega el capataz Juan González Frías con su grupo y da el relevo al de “El Torcido”, que se marcha extenuado, sin haber podido experimentar la emoción de encontrarse con la brigada que taladra desde Valdeporres. Solo diez minutos después, la barrena del capataz González Frías coincide, precisamente, «en el mismo lugar de otra» que procede de la boca sur. Ese detalle lo recoge El Diario Montañés el 28 de abril de 1959. Junto con el capataz, están en la brigada de la suerte el palista Victorio Fernández Montalvo; los martilleros Arturo Pereira Domínguez y Francisco Martín Olmo; los peones José Dios Vidal, Pedro Martín Cáceres, Eloy Rocamonde y Julián Martínez Villalba; y el encargado del alumbrado del túnel, Juan Álvaro Capellán “El Chispa”.

El ansiado boquete

El Diario publica en exclusiva el 26 de abril que la excavación se ha completado esa misma madrugada. Se adelanta unas horas a la noticia. El redactor Julio Poo San Román se encuentra al día siguiente con la euforia que emana del conducto subterráneo de 6.976 metros de largo en la parte de Vega de Pas. «Creíamos que nos desmayábamos cuando la perforadora se hundió hasta el mismo martillo. Comenzamos a dar gritos de alegría y, ya ve usted, a pesar de la longitud del túnel, a los dos minutos ya se sabía en la boca», le cuentan al periodista.

Aquellos hombres acababan de atravesar la divisoria bajo la mole montañosa que se consideraba el gran obstáculo para que la línea del Santander-Mediterráneo llegara desde Calatayud a la capital cántabra.

«La que se organizó no es para dicho. A través del boquete abierto pudimos establecer comunicación con los de la zona de Burgos. Hasta una jota hemos sacado ya, mire», y le cantan al reportero: «Tierruca de la Montaña / si dudabas ya lo ves / perforado está el Engaña / y lo ha hecho Portolés». La constructora Portolés y Compañía es de Zaragoza y, aunque la mayoría de los trabajadores son andaluces, extremeños, conquenses y murcianos, los hay también maños, cántabros, burgaleses, gallegos, asturianos y de otras regiones.

Pese a que las condiciones laborales dentro del túnel eran penosas, los obreros, según atestiguan los pocos que siguen hoy vivos, no estaban descontentos con la empresa: les garantizaba un jornal, les daba un oficio, les permitía asistir a la escuela dos horas al día, organizaba paelladas los domingos, instaló cantina, sala de cine y la clínica donde, además de a los numerosos heridos, se atendía a las familias y se asistían los partos. Y, cada 12 de octubre, desde 1950, para honrar a su patrona, la Virgen del Pilar, la compañía organizaba una fiesta por todo lo alto.

Túnel de El Morro, con el de El Morrito al fondo, en Yera durante su construcción en los años cuarenta. / ARCHIVO DE GALLEGO Y RUIZ (VEGA DE PAS)

El polvillo letal

Los naturales de Valdeporres y Vega de Pas rechazaban casi siempre trabajar en la perforación. Esa tarea quedaba para los inmigrados desde la España más necesitada. El pasiego Manolo Pelayo no aceptó entrar en el túnel y trabajó fuera como peón. Quizá por eso ha llegado a los 90 años y aún puede contarlo. «Cuando se empezó, había aquel polvillo que se tragaba y se metía en los pulmones. Seis u ocho años después de aquello vinieron a morir todos». Se refiere al polvo de sílice cristalina causante de la silicosis. Matías Sainz, vecino de Rozas de Valdeporres, aguantó «poco más de un mes barrenando. Salíamos del túnel completamente blancos por la arenilla que se desprendía y no nos conocían ni en casa. No quise seguir y me enviaron a limpiar cunetas y trincheras». Así lo recordaba antes de morir, hace cinco meses, con 92 años.

«En 1951, cuando yo entré, no había mascarillas y se barrenaba en seco. Del polvo que se formaba, no distinguías ni al que tenías al lado. Pero en dos o tres años fue mejor la cosa, cuando trajeron martillos neumáticos con inyección de agua. Dentro del túnel había bastante bochorno, pero salías calado de agua a tope y te metían en el remolque de un camión de hierro y así, al descubierto, te bajaban hasta el pueblo, con un frío terrible», relata Manolo Mateos, que, procedente de Granada, trabajó como palista y barrenero en la boca sur. Empezó con solo 16 años. Hoy tiene 78 y batalla contra la silicosis que contrajo por entonces y que ya se llevó a su hermano.

En 1959 había tubos de ventilación extendidos a lo largo de todo el túnel y aspiradores que absorbían el polvo, pero, incluso con esos adelantos, el ambiente era «asfixiante» y el ruido, «ensordecedor». En la jornada en la que se caló el túnel, la alegría contagió a todos los hombres que permanecían en las obras. Solo unos días después, la euforia se transformó en pesadumbre. El granadino Amador Vilches, de 30 años, casado y padre de cuatro hijos, falleció el 30 de abril aplastado por una piedra que se desprendió de la bóveda. La caída de esos lisos fue la principal causa de muerte durante la excavación del conducto ferroviario.

Apuntalamiento para contener un derrumbe durante las obras del túnel. / ARCHIVO DE GALLEGO Y RUIZ (VEGA DE PAS)

Seguridad precaria

Con unas condiciones de trabajo durísimas y unas medidas de seguridad precarias, «raro es el que no sufrió algún accidente». Manolo Mateos pisó un enorme clavo que le atravesó el pie y a Matías Sainz se le incrustó «hasta los sesos» una piedra proyectada por una explosión. Otros compañeros perdieron dedos, quedaron cojos, lisiados, ciegos.

El 26 de abril de 1959, los hombres que calaron el túnel desde las dos bocas estaban orgullosos de su hazaña y ni se les cruzaba por la cabeza la idea de que el tren nunca llegaría a atravesar por allí la cordillera. «Un rato más tarde, entre nosotros y algunos más de la destroza, dimos cuenta de seis botellas de coñac con que nos obsequió la empresa. Los gritos y las canciones nos acompañaron durante todo el día, porque había muchos que decían que esto no se terminaba, ¿sabe?», le contaban, entusiasmados, al periodista de El Diario. Miles de trabajadores rotaron por las obras de La Engaña. Lo que consiguieron hace 55 años, aunque estéril, fue una proeza.

Interior del túnel de La Engaña durante los trabajos de perforación. / ARCHIVO DE GALLEGO Y REY (VEGA DE PAS)

16 VÍCTIMAS RECONOCIDAS

La placa de los difuntos

La ceremonia de inauguración del túnel, prevista para el Primero de Mayo, se aplazó al día 8 debido a la muerte del peón Amador Vilches. La empresa Portolés ofreció una comida a las autoridades de Cantabria y de Burgos. A los postres, el director gerente de la constructora, Carlos Portolés, solicitó al director general de Ferrocarriles, Lorenzo Ochando, autorización para colocar una placa de mármol con los nombres de «las 16 víctimas que han caído durante la perforación» en un lugar apropiado del túnel. El aludido consideró la propuesta «acertadísima», pero la única lápida que obtuvieron al final aquellos obreros fallecidos fue la losa que cubría sus sepulturas. La mayoría eran muy jóvenes, de entre 18 y 30 años. Así lo confirma un rastreo por las hemerotecas.

De los trabajadores que perecieron entre 1941 y 1950 nada se sabe. En ese periodo la concesionaria de las obras era la constructora ABC. Durante los primeros años, esta empresa madrileña utilizó, además de mano de obra civil, a 560 presos políticos del bando republicano pertenecientes a dos destacamentos penales que le asignó el gobierno de la dictadura franquista. Del recuento de víctimas escaparon también accidentados que no fallecían en el acto. «A algunos los llevaban muy malheridos a Valdecilla y no volvíamos a saber de ellos», recuerda Manolo Pelayo. Y cientos de obreros que contrajeron la silicosis durante la horadación quedaron condenados a una muerte lenta pero segura, igual que el túnel que construyeron.

La construcción del túnel de La Engaña fue una gesta baldía que se cobró muchas vidas. En este espacio se recoge la historia del Santander-Mediterráneo y, en especial, la de ese tramo que nunca llegó a funcionar. Y se proponen rutas senderistas por el impactante paisaje que atraviesa la vía fantasma

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