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Teresa Cobo

La Engaña

De valle a valle a través de La Engaña

 

Ruinas de la hospedería en la que se alojaban los obreros de La Engaña, en la parte de Yera. T. COBO

 

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Caminamos desde Pedrosa de Valdeporres hasta Vega de Pas antes de que se caiga el abandonado túnel ferroviario

El trayecto más corto entre Burgos y Cantabria, de 16,6 kilómetros, ofrece en este noviembre un fabuloso paisaje otoñal

Somos dieciocho personas y un perro, y vamos a cruzar el túnel de La Engaña desde el lado burgalés. Sólo eso. Pero al salir por la boca norte, en Yera, nos encontramos un paisaje otoñal tan pasmoso y una temperatura tan agradable que la travesía se convierte en una ruta a pie desde Valdeporres a Vega de Pas. Casi 17 kilómetros. Lo peor de la experiencia es comprobar que los derrumbes del túnel van a más y lo mejor, el paisaje pasiego, con el perpetuo verdor de sus pastos y el colorido de sus bosques, que en esta época parecen pintados con trazos de fuego.

Más chulos que un ocho, salimos desde el Bar Volante de Pedrosa montados en el microbús de Fausti. Son las once y veinte de la mañana. El cuentakilómetros marca 5,5 cuando se detiene a escasos metros de la boca sur del túnel de La Engaña. Como hemos llegado a bordo del Iveco, traemos ya puestas las botas de agua, imprescindibles en los primeros 500 metros del túnel, que está aquejado de inundación crónica. Vara en mano y con linternas de cabeza, entramos en la oscura galería de 6.976 metros de longitud, horadada entre 1941 y 1959.

En este primer tramo anegado es aconsejable caminar por los pasillitos elevados que flanquean ambos lados del túnel, pero con mucha precaución, porque hay intervalos sin losetas. Pese al tanteo con los palos, la ayuda de los focos y la experiencia previa de una parte de la expedición, al menos tres excursionistas meten la pierna a fondo en uno de los muchos agujeros que perforan la estrecha plataforma por la que avanzamos. Las botas de goma protegen del agua, pero son poco recomendables para andar por bordillos. También Rasi, la perra, acaba zambullida, pero enseguida vuelve a pisar en firme.

Otro derrumbe

Desde la última travesía por el túnel, el pasado mes de enero, apreciamos algún cambio. Hay más barro en el suelo y más humedad en el ambiente, pero, sobre todo, se ha agrandado de forma considerable un desprendimiento en el punto kilométrico 2.850 que sólo afectaba a la mitad derecha. El desconchado de la bóveda abarca ahora toda su anchura y, en el suelo, los cascotes también se extienden de parte a parte, aunque se pueden sortear con facilidad por las orillas. También en el gran desplome del punto kilométrico 2.500 la situación ha empeorado. Hay más tierra y piedras sueltas en el montículo que tapona la galería.

Ese enorme hundimiento es el punto de mayor dificultad de la ruta. Con ayuda de la vara o de las propias manos, se puede salvar sin mayores problemas. No deja de impresionar la gran oquedad en la roca veteada que observamos sobre nuestras cabezas. Una vez coronada la colina de escombros, estamos por encima de la bóveda y tenemos a nuestros pies el techo del túnel. Una corriente de aire sopla allá arriba, por lo que descendemos para continuar la marcha.

Al otro lado de la muralla de cemento, piedra y arena, vemos la salida del túnel como un pequeño sol poniente que brilla a 4,5 kilómetros de distancia. Después de los 300 primeros metros, la galería que perfora la Cordillera Cantábrica es totalmente recta, y la boca norte se vería desde el principio, si no fuera por el desprendimiento que ciega el conducto. La monotonía del trayecto sólo la rompen ya los apartaderos que se abren en ambas paredes, como hornacinas, cada 50 metros; los números que marcan el kilometraje cada cien metros, en el flanco izquierdo; las cavidades que, a modo de almacen y a intervalos de poco más de un kilómetro, se construyeron a ese lado, y los arcos metálicos que se colocaron a principios de los años setenta para reforzar la bóveda en el punto kilométrico 4.200.

A la salida del túnel, el paisaje parece una acuarela en la que se ha jugado con las gamas del verde, del amarillo, del naranja. T. COBO

Entre acuarelas

A la salida del túnel, nos envuelve un paisaje que parece una acuarela en la que se ha jugado con todas las intensidades del amarillo, el naranja, el marrón y el verde. El autobús de Fausti aguarda en la estación fantasma de Yera, otro impactante vestigio, como el túnel, del abortado proyecto del ferrocarril Santander-Mediterráneo, que nunca llegó a funcionar en el tramo que recorremos. Nos quedan tres kilómetros de marcha hasta los andenes y debemos atravesar otros cuatro túneles, pero de escasa longitud: el más largo mide 285 metros y el más corto, 43. Cruzamos primero El Majoral, después El Empeñadiro y, a continuación, El Morro y El Morrito, casi pegados el uno al otro.

Entre túnel y túnel las vistas son privilegiadas. Limpias y lisas como alfombras, las verdes praderas en las que se posan las cabañas pasiegas aparecen rodeadas de un arbolado multicolor punteado de verdes, pajizos, amarillos, naranjas, ocres. Los bordes del camino están tapizados de hojas anaranjadas y cobrizas.

Por fin llegamos a la estación de Yera, cercada también por el estallido de color otoñal. Los más jóvenes exploran el edificio que estaba destinado a los pasajeros, hoy habitado por la decandencia. Aquí el grupo de divide en dos: los que deciden subir al Iveco para seguir sobre ruedas hasta Vega de Pas y los que eligemos continuar a pie. Desde la estación, quedan 6,6 kilómetros hasta el pueblo. El día es templado, no llueve y el paisaje deslumbra.

Descendemos por el camino que lleva a los antiguos chalés de los jefes de obra del túnel de La Engaña, y antes de llegar a estas viviendas abandonadas, a la altura de las primeras cabañas pasiegas, tomamos un atajo que nos permite eludir el ascenso por la carretera CA-631 que lleva a la Vega. El desvío, a la izquierda, está indicado por una señal de la ruta de pequeño recorrido PR-S75 que, en ese trecho, aprovecha un antiguo sendero de suelo pedregoso y de trazado empinado, aunque ahora lo acometemos en sentido descendente.

La vereda conduce hasta una pista más ancha que enfilamos tras abandonar el PR-S75. Bordeamos la montaña sobre la que se asienta la estación de Yera, y desde abajo obtenemos una espectacular panorámica del muro de contención aligerado con 32 arcos que sustenta la construcción ferroviaria, semioculta ahora entre el follaje de encendidas tonalidades.

La estación de Yera y el muro de 32 arcos que la sustenta, vistos desde la falda de la montaña. T. COBO

Bosques y pastizales

Atravesamos parajes de cuento, en los que abundan los pastizales salpicados de cabañas pasiegas con sus tejados de pizarra. Sobre inclinadas laderas se tienden como sábanas las parcelas perfectamente delimitadas por muretes de piedra en las que pacen pequeños rebaños de ovejas y de vacas. Esos prados aparecen enmarcados por interminables lenguas de bosques que arden de colores. Robles, hayas, alisos, sauces, fresnos combinan todas las gamas del amarillo, del verde, del naranja, del marrón, con algunas llamaradas rojizas. Y los árboles que han perdido ya sus hojas añaden un efecto violeta que embellece y difumina el conjunto.

Alcanzamos una bifurcación en la pista por la que transitamos y tomamos el ramal derecho, que sube hasta la carretera. El microbús de Fausti está aparcado a un lado, por si alguien más se rinde a estas alturas. No es así. Los últimos cuatro kilómetros hasta la Vega los haremos sobre el asfalto, pero a pie. A la izquierda de la CA-631 se extiende el valle, digno de contemplarse. Pequeños puentes de piedra levantados sobre el río Pas dan acceso a las cabañas. Estos rincones pasiegos parecen el decorado de un belén viviente.

Llegamos a la plaza de Vega de Pas más allá de las tres y media de la tarde. Saciamos el hambre en el restaurante Frutos. Somos 22 a la mesa y, en el maletero del Iveco, Rasi espera las sobras del lechazo y de los chuletones. Se ha ganado el festín. Subimos todos al microbús de regreso a Pedrosa de Valdeporres. Sin el atajo del túnel, serán 43 kilómetros de recorrido por la ruta de San Pedro del Romeral, y habrían sido 51 de haber seguido el itinerario de Estacas de Trueba y Espinosa. El camino más corto entre Cantabria y Burgos, el que hemos recorrido a pie, el que atraviesa el corazón de la Cordillera, se muere poco a poco. La Engaña se viene abajo sin que nadie lo remedie, a oscuras y en silencio, porque el estruendo de los desprendimientos se ahoga en el interior de la montaña.

 

Pastizales pasiegos rodeados de bosques otoñales multicolor, en Yera. T. COBO

FICHA

Ruta: Valdeporres-Valle del Pas, por el túnel de La Engaña (desde la boca sur hasta Vega de Pas).

Kilómetros: 16,6. Son 7 de boca a boca del túnel; 3 desde la salida a la luz hasta la estación de Yera; 2,6 desde la estación hasta la carretera CA-631 por el desvío del PR-S75; y 4 kilómetros más por la CA-631 hasta Vega de Pas. (Los 5,5 kilómetros desde Pedrosa de Valdeporres hasta la boca sur del túnel se hicieron en microbús).

Fecha: 17 de noviembre de 2012.

Senderistas: 18 personas de entre 13 y 65 años de edad: Adolfo, Ana, Andrés, Antón, Carlos, Carlos (2), Eva, Fausti, Flori, Geles, Ignacio, Javi, Jesu, Jose, Juanma, Lali, Miriam y Teresa. También viene una perra: Rasi. En Yera se incorporan 4 excursionistas más: Bego, Javi (2), Jose (2) y Lidia.

 

La construcción del túnel de La Engaña fue una gesta baldía que se cobró muchas vidas. En este espacio se recoge la historia del Santander-Mediterráneo y, en especial, la de ese tramo que nunca llegó a funcionar. Y se proponen rutas senderistas por el impactante paisaje que atraviesa la vía fantasma

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