En tercera persona
EE UU. 2013. 137 m. (12). Drama. Director: Paul Haggis. Intérpretes: Liam Neeson, Mila Kunis, Adrien Brody, Olivia Wilde, James Franco, Kim Basinger. Salas: Cinesa
En su apariencia, y con un subrayado musical casi permanente y algo molesto, se asemeja a esas películas de historias paralelas, más que cruzadas, que proliferaron en cierto cine europeo de los setenta. En otras ocasiones, ‘En tercera persona’ es una encrucijada azarosa de tres historias de amor que discurren paralelas en otras tantas ciudades, Roma, París y Nueva York, donde las oquedades, ausencias, miedos y, sobre todo, mentiras, se suceden entre similitudes y paralelismos. Si nos detenemos en el primer factor anacrónico el filme resulta cargante y sin frescura. Si valoramos el juego a lo ‘Vidas cruzadas’ el balance simplemente es que estamos ante una obra fallida. Entre cruces, colisiones y azares anda el juego de estas parejas con más motivos de ruptura y distancia que de comunión y complicidad.
El filme de Paul Haggis posee suficientes atractivos para encauzar un cine maduro, con estilo y con muchas voces en su interior: historias con interés, un reparto casi de lujo y un despliegue de puesta en escena que combina calles, habitaciones y hoteles, en una sucesión de espacios urbanos que implican también una forma de relacionarse. Y, por supuesto, el móvil y las nuevas tecnologías como elementos ya decisivos en los modos y efectos de la comunicación (desde la pérdida de batería que condiciona una cita crucial a un mensaje incómodo descubierto por terceras personas).
El cineasta de ‘En el valle de Elah’ abusa del material, se muestra algo repetitivo y como sucede en las historias solapadas la irregularidad es la norma del tráfico narrativo y del gancho con el espectador. Un escritor que acaba de separarse; una madre neoyorquina acusada de un accidente; un empresario enredado en una historia mafiosa con una gitana… Son situaciones de todos los colores y matices pero casi nunca se nos desvelan las profundidades, ni los motivos, ni las aristas de un romance a tres bandas en el que lo formal y lo emocional chocan por la solidez de la primera y lo endeble de la segunda. El director recobra el universo de la interesante pero sobrevalorada ‘Crash’ a la hora de trazar un mosaico de las relaciones humanas. En unos casos la falta de credibilidad es manifiesta Y en otras la carga dramática no se corresponde con la superficialidad. Vemos tatuajes, heridas, surcos, cicatrices pero nunca conocemos de verdad ni las causas ni sus verdaderas dimensiones.
Drama coral pero con una levedad pedante tras la cual los personajes deambulan lacerantes, de tal modo que a medida que el tránsito se agranda pierden intensidad y atractivo. Al espectador empieza a importarle poco dejar a estas criaturas y volver más tarde sobre ellas, sabedor de que nada habrá cambiado. Puzle ombliguista sobre desdichas varias, poco verosímiles en algunos casos, retorcidas o monótonas, casi siempre regodeándose en su sufrimiento. Hay momentos muy forzados, truculencia facilona y el combate entre la carne y el deseo resulta demasiado ligero. Misterios, temores, dolor y redención en una partida con más casillas que reglas. La ansiedad y la idea vencen a ese lúcido territorio fieramente humano que aquí casi nunca desgarra