Primavera tardía
1949 108 min. Japón Director: Yasujiro Ozu. Reparto: Setsuko Hara, Chishu Ryu, Hohi Aoki, Masao Mishima, Kuniko Miyake, Haruko Sugimura. Drama Sala: Náutica, Filmoteca UC. Jueves 5 de marzo, a las 20 horas.
Como los grandes, de Tarkovski a Erice, en el cine de Yasujiro Ozu subyace toda una poética del tiempo, una inasible conjura, también invisible, que atrapa el discurrir de la vida entre los fotogramas. El excelente ciclo de cine japonés de la Filmoteca Universitaria recobra la mirada esencial del autor de ‘Primavera tardía’ plasmada en esta historia de Noriko y su padre viudo, este relato de soledades y esperanzas, de una poética cotidiana que se instala en el corazón con la melancolía de quien sale herido por la vida. Esta obra maestra de Ozu –casi todo lo que hizo rozó el asombro y se fundamentó en la coherencia de un poeta visual– revela la perfección de un cineasta cuidadoso en lo formal, más que ambicioso.
Como muchos maestros del neorrealismo, Rossellini a la cabeza, la vida asoma entre las veladuras y la textura de esta historia de una sencillez y, a su vez, profundidad intensas. Sin aspavientos ni efectismos, el cineasta exprime cada fragmento, cada episodio, breve, leve y extrae el zumo de la vida.
El paso entre instantes, la idea del trayecto, el simbolismo de los puntos de fuga, la decadencia, el tránsito, el vacío, el juego de presencias y ausencias son los verdaderos planos argumentales de un filme que traza una cartografía de esa vida que a veces parece real, que se escapa o que, simplemente, se pierde entre fisuras incomprensibles. Tradición y resignación, obstinación y rebelión se filtran con una cadencia especial, como solo el ritmo de Ozu sabe impregnar a sus imágenes, pero no hay más voluntad que la de mostrar y acariciar. Todo es ajeno completamente a ese afán de exhibición casi obscena de buena parte del cine de nuestros días. Con una extraña complejidad, bajo la pátina de la tranquila gestualidad, Ozu va salpicando de detalles su lugar en el mundo. Antonio Santos, uno de los máximos especialistas de Ozu, verdadero intérprete de su cine, asegura que «es una celebración continua de lo cotidiano».
El director «invita a contemplar la imagen, a pensarla; y por esto a disfrutarla». Y de su estilo resume: «La simplificación del estilo coincide con la renuncia a lo excepcional para centrarse únicamente en lo cotidiano». Su cine se asemeja a la respiración. Todo es tenue, dispuesto para captar pero en ese acto, también moral, hay una narración intrínseca, más allá de la propia ficción y sus códigos. Un flujo delicado, con una depuración formal exquisita. Despojado, exento de artificios, cercano a la caligrafía del cine silente, Ozu firma otro poema que es un estado de imágenes, una vida que mira a la otra a través de una cámara que solo vive en la transición y en la poesía. Tras el retrato de la familia japonesa de posguerra se muestra y palpa la esencia de un recoveco, de un rincón donde aflora un rastro de vida entre lo caduco y fugado. Entre el desmayo y la fugacidad Ozu rescata la existencia, sus sucesos, hechos y su extraña sucesión.