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Guillermo Balbona

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Del Lego Oscar al condón de Iñárritu

A González Iñárritu le bastaron unos segundos para demostrar que puede haber vida inteligente sobre la alfombra roja: su comentario sobre las fronteras entre el éxito (spoiler) y el fracaso eran como un soplo de frescura frente a las sobadas y manidas sentencias ilusionantes de las estrellas y sus delirios de grandeza. Huérfanos de selfi en el patio de butacas la ceremonia tuvo algo de bucle. De mexicano a mexicano el Oscar pasó del mariachi interestelar de ‘Gravity’ 2014 a la ranchera sobre la identidad actoral de ‘Birdman’ 2015, o sea en un vuelo de trascendencia espacial a otro más telúrico.
La cosa pedía a gritos un guiño facilón: así que Neil Patrick Harris salió en calzoncillos, a lo Michael Keaton en la película del mexicano, mientras más de uno podía pensar que Dani Rovira se había colado directamente desde los Goya. En un año cinematográfico sin clase media, y casi sin espectáculo, la autoría había alzado la cabeza con orgullo. Lástima que ‘Boyhood’, ese poema sobre el tiempo, que es la esencia del cine, se quedara en la gloria de las retinas de miles de admiradores. Tan solo una reivindicativa Patricia Arquette levantó la estatuilla y el ánimo de los admiradores de Linklater.
Salvo la lluvia en Los Angeles todo fue tan previsible en los destinatarios de los galardones como en su ceremonia muy musical y cantarina pero carente de ingenio y de chispa. Habría que hurgar en los discursos para extraer acidez, lucidez y algo de emoción entre tanta vulgaridad. La Lego película de los Oscar siguió el guión sin saltarse un renglón e incluso el francotirador Eastwood parecía estar a punto de disparar al primero que se saltase la letra pequeña. El primero en subir a recoger premio, J. K. Simmons, mejor actor de reparto por ‘Whiplash’, se puso tan didáctico pero mucho menos duro que en su papel de profesor musical obsesivo y perfeccionista en la película: «Decidles a vuestros padres que les queréis y mostraros agradecidos y escuchadles siempre». Aquello parecía ‘Cómo entrenar a tu dragón 2’.
Del alzheimer al ELA, de los derechos de igualdad social y salarial para las mujeres al recuerdo de los hombres negros en los correccionales pasando por la inmigración mexicana, las reivindicaciones fueron la verdadera coreografía de la gala. Hace tiempo que la competición primordial parece haberse trasladado a la moda. Las estrellas, cual estatuillas de lego diseño, de Tom Ford a John Galliano, de Calvin Klein a Hedi Slimane, director creativo de Saint Laurent, desfilaron por la alfombra para someterse a la disección rigurosa de las miradas más puristas.
Entre Sonrisas y lágrimas, con Lady Gaga angelical, y las extravagantes carantoñas de Travolta, las 50 sombras de Grey flotaban como fantasmas de la industria pero el único rastro de erotismo recorría la espalda descubierta de Emma Stone. Entre la nómina de premiados, Julianne Moore y Eddie Redmayne disfrutaron de su justo pasaporte histórico recurriendo al humor. A falta de soluciones salomónicas ‘Birdman’ triunfó con la marcha en punto muerto, mientras en ‘El Gran Hotel Budapest’, del mimado y siempre diferente Wes Anderson, se alojaron los premios técnicos, que llaman menores, y el mundo del glamour se dejó la poética generacional de ‘Boyhood’ en un limbo de sensaciones desvanecidas. El cine intenso, arriesgado, visionario quizás tenga que esperar esos doce años, en los que discurrió el rodaje intermitente de la maravillosa obra maestra de Linklater, para adoptar la gloria.
La reflexión, entra tanto polvo de estrellas y tanta hoguera de vanidades, la volvió a poner Iñárritu: «El miedo es el condón de la vida que no te permite hacer lo que quieres». Probablemente el mismo temor que algunos mostraron al otorgar sus premios sin tener en cuenta que todo, en especial el cine, es un combate contra el paso del tiempo.

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Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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