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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Huida hacia adelante

John wick: pacto de sangre

EE UU. 2017.  122 min (TP). Thriller.

Director: Chad Stahelski.

Intérpretes: Keanu Reeves,  Riccardo Scamarcio,  Bridget Moynahan,  Ruby Rose, Peter Stormare e  Ian McShane.

Sala: Bonifaz. Filmoteca. Próximo martes.

 

A su lado, Fast & Furious es una veloz nadería amanerada. Con la sequedad de un western, el espíritu de una road movie que muchas veces se olvida del coche y la carretera ‘John Whick’ es un ejercicio trepidante, hiperviolento, una hipérbole de acción que se mueve entre el videojuego muy físico y la intención de convertirse en una interminable viñeta. De la autoparodia a la fidelidad a un canon de género, el filme no abandona nunca la línea continúa de una huida hacia adelante que en su incesante campo de acción tiene su seña de identidad y su razón de ser. En esta segunda entrega, más bien extensión y prótesis, la venganza y la redención, el ansia de poder y la muerte como lenguaje y moneda de cambio, sostienen el eje de una cinta que se autoconsume en la fecha de caducidad de su propia, sucesiva y constante insistencia en repetirse en la inevitabilidad. El ‘Pacto de sangre’, y de taquilla, que preside el regreso de este sufriente aniquilador, terminator y exterminador, a veces demasiado serio, otras quizás un punto irónico, de jocosa musculatura terminal, nunca se detiene. Chad Stahelski, un especialista metido a director, dirige la función como si el Circo de las armas se hubiese detenido en la ciudad entre parodias, homenajes, autocitas, ingenio e interminable fuga insustancial. Su acierto radica en que cuando el espectador comienza a preguntarse los porqués de esta coreografía de asesinatos y trayectos sangrientos, ya está embebido de un thriller que chapotea en su permanente danza de balas, armas y golpes. La elección de los escenarios, perfectamente planificada, contribuye a dotar de estilizada puesta en escena a cada uno de los pasos del protagonista. Esa rave en el centro de unas ruinas romanas, la sala de los espejos que homenajea a Orson Welles, el duelo de pistolas con silenciador entre las plazas,  fuentes y escaleras mecánicas de lugares cotidianos marcados por la arquitectura high tech y el diseño del siglo XXI… todo resulta tan absurdo y hueco como simpático, lúcido, rítmico. Un elogio del entretenimiento que revienta toda lógica. Keanu Reeves, que parece sentirse muy cómodo como el estoico asesino a sueldo, busca la jubilación anticipada que el destino le niega. Es esa situación la que se convierte en columna vertebral de esta sopa de balas y armas blancas –imposible contar los asesinatos- que subraya la fisicidad, la coreografía del vínculo entre asesinos y espacios que agranda aquí su perfume de humor negro, siempre seco y lacónico. Una violencia que se mastica, muy cerca de Walter Hill o, en su extremo noir, con una sintonía visual muy pegadiza del cine de Melville, más el Jarmusch de ‘Ghost Dog, el camino del samurái’. Habrá tercera entrega porque el juego de suspensión/representación que contiene la propia ficción, así lo demanda. Entre códigos y lenguajes audiovisuales anda el juego. Siéntense y déjense llevar. Sólo cabe sortear alguna bala perdida.

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Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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