El bar
España. 2017. 102 m. (16). Intriga.
Director: Álex de la Iglesia.
Intérpretes: Mario Casas, Blanca Suárez, Secun de la Rosa, Terele Pávez, Carmen Machi y Jaime Ordóñez.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Entre dos aguas, vecinal y fecal, entre ‘La comunidad’ y ‘El día de la bestia’, se mueve el último Alex de la Iglesia. Mientras ultima el montaje de su próxima película con Eduardo Noriega, su tour de force coral es un simbólico microcosmos social con sabor a fritanga y disfrazado de cuento apocalíptico. La intolerancia, la delación, la soledad, el miedo al otro y a la diferencia…asoman en este encuentro no tan azaroso de una decena de personajes en ese bar con algo de ‘El ángel exterminador’, pasado por el cedazo de Berlanga. Cuando el filme discurre entre el ingenio y el arrebato, sostenido por una sátira feroz (esa primera parte en la que conocemos los perfiles de los personajes en una situación límite) ‘El bar’ se postula como un fino y demoledor retrato de nuestros miedos y deseos a través de un tratado cotidiano de supervivencia. Después, sí, ya viene el desmadre. Es un Alex de la Iglesia en estado puro al que la desmesura le hace perder el control de una historia que camina derecha al centro convulso de nuestra identidad. El trayecto del bar a la cloaca, del chupito y el gin tonic a la mierda, también un viaje simbólico, el cineasta de ‘Balada triste de trompeta’ que se ha movido entre brujas, grandes noches y chispas melifluas, concentra ahora mala leche, vinagre y unos cuantos sopapos bien dados para trazar una radiografía muy lúcida sobre la mentira, la oficial y las íntimas, la dignidad y la falta de ella, la hipocresía, las apariencias, el engaño, la impostura… en una coreografía que es uno de esos espejos valle-inclanescos que revelan el ser y el estar. Entre tragaperras, cortaditos y pinchos de tortilla se solapan un conjunto de personajes variopintos entre marginados, ludópatas, pijos, locos, parados…en un mosaico que el cineasta bilbaíno convierte en un elogio del exceso tan revelador como apabullante en su tramo final. La zona cero de ‘El bar’ es una efervescente y gaseosa bofetada entre el esperpento, el vodevil, la comedia negra y el retrato de los miedos más primarios. En equilibrio el filme alcanza momentos magistrales; cuando todo se desboca resulta cansino, quizás confuso, por acumulación. Agresivo, visceral, militante de su propio cine, ente la animación y la violencia desatada, ‘El bar’ muestra la mutación de unas criaturas –cualquiera de nosotros– tras encerrarlas, también a los espectadores, en un bucle decadente sobre el egoísmo, los prejuicios, la desconfianza… Como casi siempre en su cine el reparto es acertado y hay interpretaciones inmensas como las de Machi y Terele Pávez. Entre convulsiones pasa de la delicada pero vibrante revelación subliminal al histerismo. La red social de barra y barro que De la Iglesia dibuja con ardor guerrero sucumbe al exceso, a la hipérbole efectista, a la catarsis, pero cuando saca la cabeza para enseñarnos nuestras miserias su obra adquiere condición de vuelo metafórico, de espejo riguroso sobre la realidad más visible y la de las alcantarillas vergonzantes donde discurre lo mezquino de la condición humana.