La invitación
2015 90 min. Estados Unidos. Directora: Karyn Kusama Reparto: Logan Marshall-Green, Michiel Huisman, Tammy Blanchard, John Carroll Lynch, Mike Doyle,
Es juguetona, eficaz y algo tramposa, entusiasmó en Sitges y se ha asomado con cuentagotas por las carteleras. Mezcla la tradición de ese subgénero de reuniones de viejos amigos, el thriller negro y el suspense. Como si al ‘Reencuentro’ de Kasdan o a ‘Los amigos de Peter’ de Kenneth Branagh se les hubiera sumado el picante de ese monstruo mayor que es el pasado con sus heridas abiertas y un clima claustrofóbico in crescendo. ‘La invitación’ es más aparente y resultona que contundente y sutil. Tampoco ayuda una salida un tanto previsible. Lo cierto es que es preferible enfrentarse a ella sin encasillarla en la casa madre del terror y pensar en un territorio más flexible entre la tensión, el juego de apariencias, con modulación y elegancia. La cineasta Karyn Kusama con vocación de estilo, tratando de huir del lugar común, lucha contra un presupuesto limitado y un reparto coral pero casi inevitablemente irregular.
A través del engaño el filme propone un trayecto en el que asoman los traumas, las obsesiones y los miedos y la catarsis emocional está garantizada. Lo oscuro crece en el desconocimiento y en la ambigüedad. No obstante ‘La invitación’ sí plantea aspectos no tan de soslayo que la singularizan: el tratamiento del dolor y las formas de enfrentarnos a él, y la carencia o la necesidad de afectos y consuelo como bálsamo de la tragedia. La insidia, lo enfermizo, lo malsano, la sangre estancada son los relatos que se mueven tras el desencadenante. Sin grandes elevaciones ni sutilezas es una película que habla con inteligencia de vidas contaminadas, que probablemente lo sean todas, y se mueve entre vaivenes proporcionados por las sospechas, la desconfianza y las trampas.
La cineasta de ‘Girlfight’ y ‘Jennifer’s Body’ aunque acude a algunos estereotipos y cede ante ciertos tópicos sí imprime toques personales a la hora de retratar las tragedias interiores, los monstruos cotidianos, ese terreno perturbador que crece como un río de lava y se instala en las vidas propias y ajenas. Mediante el equívoco y la sugestión, con un trasfondo de paranoia y fanatismo, violencia, culpa y desgarro alimentan la película que madura el conflicto entre señales, desde el drama nunca enterrado al reencuentro frustrante. El poder de la comunidad, el consuelo sectario, los gurús, la sectas pululan de forma modulada y a veces subliminal entre la necesidad de creer y la soledad de los corazones huérfanos. Un filme que apunta alto, elige la pista del entretenimiento y aterriza sin motor. Lo que atraviesa su vuelo, la materia prima más atractiva, contiene soplos de talento.
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