Los milagros del cielo
EE UU. 2016. 109 m. (7). Drama. Directora: Patricia Riggen. Intérpretes: Jennifer Garner, Martin Henderson, Brighton Sharbino, John Carroll Lynch, Queen Latifah. | Salas: Cinesa y Peñacastillo
Aquello de los jueves, milagro, es aquí un mantra constante y cotidiano, aunque sea desde el dolor y el sufrimiento. Vaya por delante que los valores cinematográficos de ‘Los milagros del cielo’ son nulos. Pero es que probablemente ni aspiraba a ellos cuando se concibió este panfleto ultraretorcido, morboso, peligroso, sensacionalista y con aires de ser el documento visual pagado por alguna secta que fundamenta su proyección en toda fe, menos en la vida. Manipuladora y dramáticamente tosca a la hora de inocular su mensaje, esta historia de familia guapa a la que la visita una enfermedad terminal es tan zafia como insana.
Con factura de telefilme de sobremesa la cinta roza en ocasiones lo patético y ridículo, mientras se ensaña con lo enfermizo y despliega todo su muestrario de tópicos sobre la creencia como salvación. Irritante en su calculador drama familiar, desprecia todo debate serio sobre el equilibrio entre ciencia y fe; y se mofa de cualquier postura escéptica o agnóstica para descender a un terreno donde lo cursi y lo ridículo, sin sonrojo alguno, se convierte en el hábitat de este melodrama con libro de instrucciones para crear milagros.Patricia Riggen, directora de ‘Educando a mamá’ y de la que permanece inédita ‘33’ su incursión con Antonio Banderas al frente en ese otro milagro de los chilenos que salvaron sus vidas tras quedar atrapados en la mina San José, busca la agitación sensiblera hasta límites insospechados.
El milagro consiste en permanecer en la butaca después de ser sometido a semejante descarga lacrimógena, sentimentaloide y que maneja a los niños como mercancía para mover, que no conmover. No es cine religioso, en la medida en que no se profundiza en la trascendencia. Solo es un vulgar ejercicio de autoayuda, enraizado en las corrientes del ultraconservadurismo de EEUU.
Jennifer Garner nunca cambia la cara durante su desfile de dramatismo de pizarra y resultan patéticas las apariciones de Eugenio Derbez. Maniqueísta y proselitista uno tiene la impresión de haber asistido no a la proyección de un filme mediocre sino de haber accedido por error a la velada de una secta dedicada a repartir certificados de fe sin fecha de caducidad. Antes ya hubo ‘El cielo es real’, producida por los mismos responsables que parecen empeñados en bombardear y publicitar sus pasquines de espiritualidad adulterada utilizando la pantalla como púlpito. Regodeándose de nuevo en el dolor, zarandeando al espectador con el consuelo como estropajo higiénico ante la enfermedad y la muerte, da grima pensar que semejante atentado puede calar en miradas superficiales. Fe new age, entroncada esn la ecuación dios y patria, su mayor prodigio es que esta indignante vulgaridad instala su sermón con una facilidad que provoca miedo.