Brooklyn
Irland/Canadá/Reino Unido/Irlanda. 2015. 111 m. (7). Drama.
Director: John Crowley.
Intérpretes: Saoirse Ronan, Emory Cohen, Domhnall Gleeson, Julie Walters, Jim Broadbent, Michael Zegen.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Hay algo academicista y elegante en este filme sin ruido por el que discurre, no obstante, una turbación de tocador y pieza de cámara. Una mujer entre Irlanda y Nueva York es el eje de un cuento impecable en su retrato al que, sin embargo, se le escapa ese punto sin retorno donde la intensidad y la vida adquieren otra textura. Dice Alejandro González Iñárritu, el cineasta mexicano que desde ayer habita en el Olimpo del cine, que «el miedo es el condón de la vida». Y en ocasiones el filme de John Crowley se muestra excesivamente cauto y desciende por un halo evanescente que suele acabar en la ilustración y el esteticismo. ‘Brooklyn’ es como un osito de peluche al que uno acabará abrazando. Tiene encanto y se postula adorable. Buena parte de sus hallazgos y de su poder de atracción reside en la presencia de Saoirse Ronan, en un año de grandes interpretaciones femeninas como demuestra la ganadora del Oscar Brie Larson o el duelo de ‘Carol’, Blanchett/Mara. El filme no ahonda en el desgarro, aunque tampoco cierra los ojos a ese lado oscuro donde los compromisos, el sacrificio y la pasión conducen del alumbramiento al temor, de la decisión a la pérdida. Película de época, amable, algo edulcorada, Nick Hornby adapta la adorable novela de Colm Tóibín con atmósfera intimista, sin resultar pretenciosa. Es simple pero emocionalmente lúcida, y explota un guiño especial entre el melodrama clásico, al que rinde homenaje, y la melancolía envuelta en una cierta calidez formal y sentimental. Lo sutil se torna azucarado, pese a que siempre es lo romántico, sugerido y planteado de forma impecable, lo que salva el filme. Crowley revela la luz primera de las cosas, pero el dramatismo es una sombra que cruza la historia con timidez pese a demostrar un tacto innegable. ‘Brooklyn’, entre despedidas y reencuentros, mezcla fuerza y sensibilidad gracias a su protagonista. El cineasta de ‘¿Hay alguien ahí?’ y ‘Boy A’ opta por la serenidad y el tempo un tanto melifluo pero sigue siendo una apuesta circular, muy perfeccionista en intenciones, inmaculado pero exento de sorpresa y de destellos. Consciente del peligro del melodrama abierto en canal, se muestra contenida y entonces sufre el mal del vacío. Todo es hermoso, se desparrama sin cesar en una suerte de construcción cotidiana y un buen ejercicio cinematográfico es comparar y enfrentar dos melodramas con sus respectivos materiales sugestivos en el fondo completamente diferentes: ‘Brooklyn’ y ‘Carol’. Hay capacidad de retrato social, enganche en la superficie y seducción coral. Pero a diferencia de la cinta de Todd Haynes, la hondura dramática aquí permanece diluida, desfallecida y solo una actriz de cámara sostiene la posibilidad de que entre tanto bello cristal se reflejará la pasión.