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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Macbeth

Ruido y furia tras el verso

 Reino Unido. 2015. 113 m. (12). Drama. Director: Justin Kurzel. Intérpretes: Michael Fassbender, Marion Cotillard, David Thewlis, Elizabeth Debicki, Jack Reynor, Sean Harris. Salas: Cinesa y Peñacastillo


El paisaje se mastica y la luz guía la palabra. A Shakespeare o se le agarra del cuello o la partida está perdida. Da igual traición que exceso. Este Macbeth es fiel y a su manera excesivo, entintado en rojo pasión, sumergido en un barril de dolor y de sangre. Cosecha pasional e imperecedera, un casi debutante Justin Kurzel deja que actores descomunales, encabezados por un Michael Fassbender atronador, se empapen del verbo del bardo para que todo fluya. La tragedia en carne viva.

Hay algo primitivo, turbulento y físico que da cuerpo a la colisión continua entre los intérpretes y el entorno. Lástima que el doblaje nos rapte al menos la mitad de la entraña. El equilibrio entre las batallas por el poder y el combate íntimo y no menos encarnizado por el trono es desnudado por una narración sin altibajos, estéticamente respetuosa con sus mayores, de Welles a Polanski, y a la que solo le sobra algún subrayado de cámara lenta. En el fondo subyace Kurosawa y el sentido coreográfico y, por supuesto, asoma cierta atmósfera operística, finalista, como si el mundo fuese a romperse al final de uno de esos largos parlamentos del guerrero, del rey, del tirano, todos en un mismo trono de sangre.

Este es un ‘Macbeth’ visceral, violento, desgarrado, de una factura impecable y un giro enérgico, audaz, siempre burlando el efectismo. Para ello, embarrándose en el verbo, ensuciándose con algunos personajes, el cineasta de ‘Snowtown’ zarandea a Fassbender que, siervo de Shakespeare, se apropia de esa dirección invisible que subyace en toda película y se hace dueño de la adaptación como un Welles majestuoso, apoderándose de todos los personajes universales del dramaturgo hasta embozarlos en la metáfora de esta obsesión de poder, destino, profecía y fatalidad. Marion Cotillard en preciosista contrapunto, más fría pero no menos sangrienta en su mirada, lanza sus esputos de belleza y desgarro en escenas como la de la recepción o en la intimidad del reinado, que producen temblores telúricos. La puesta en escena hace el resto. Un envolvente ejercicio de paleta de sensaciones que arropan el verso, apoyado en la fotografía magistral de Adam Arkapaw. Porque donde más se singulariza este Macbeth es en ese diálogo de imágenes y texto, en un juego a veces amenazado por el esteticismo pero casi siempre mostrado y rendido en toda su crudeza y rotundidad elocuente.

Un filme duro y áspero pero envuelto en papel sangre y devuelto como una deslumbrante bofetada de espada y rabia. Hay luz tenue y cegadora, niebla y fantasmas, osadía y muerte. A veces cae en una pausa en la que se siente el peligro del desfallecimiento, de perder el pulso. Pero Kurzel no suelta la madeja y vuelve sobre Fassbender/Shakespeare para recobrar el tono y el trono. En rojo y negro la crueldad, la venganza, el delirio ascienden a la cima del mundo para mostrar la vida contada por un idiota. Los últimos minutos son tumultuosos, personales, desgarrados. Lástima que el doblaje arrebate la mitad del sueño.

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Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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