Narcothriller de frontera y trago seco
EE UU. 2015. 121 m. (18). ‘Thriller’. Director: Denis Villeneuve. Intérpretes: Emily Blunt, Benicio Del Toro, Josh Brolin, Victor Garber.Salas: Peñacastillo
Antes de atreverse a abordar una secuela de ‘Blade Runner’ (lo que muchos considerarán un sacrilegio y otros una simple osadía petulante) el cineasta canadiense Denis Villeneuve ha dejado el camino sembrado de atractivas minas. ‘Prisioneros’ fue una de ellas y en su coherente trayecto hubo joyitas como ‘Incendies’ que certificaron su querencia por dinamitar la realidad. Mientras llega el próximo año otra incursión con Amy Adams como protagonista, ha dejado en cartelera una carga de profundidad seca y volcánica que pese a pisar terreno trillado se eleva con estilizado amor propio y vocación de personalidad visual. ‘Sicario’ es un bocado de frontera y trago seco, áspero, hiperviolento y sucio.
El director de ‘Enemy’ se sumerge en una burbuja de detritus humano, de corrupción y muerte, de mafia y delación, de dobles vidas e inmersión en un infierno cotidiano. El localismo, el lugar en el mundo, es Ciudad Juárez, pero podrían ser muchos otros. Villeneuve es consciente de que lo que cuenta forma parte del imaginario cinéfilo pero también de la iconografía documental e informativa ligada a la historia reciente y a la actualidad. Por ello ‘Sicario’, en lo bueno y en lo malo, es fruto de una mirada globalizadora y de una estilización híbrida donde lo puro y lo contaminado conviven con bastante naturalidad. Del mismo modo el thriller, el perfil político, la denuncia, el eje criminal, el retrato psicológico de un puñado de perfiles muy bien definidos tejen una tela de araña apasionante que engancha con contundencia pese a que el canadiense no logra superar estéticamente otras apuestas similares. La basura espera: la de los bajos fondos, la de la bajeza moral, la de la degradación, la de la inmersión en el horror, la de las altas esferas, las de las fronteras inasibles donde el bien y el mal están separados por una delicada capa de territorialidad mestiza, de miedo y vértigo, de traición y poder. Emily Blunt, Benicio del Toro y Josh Brolin componen un trío afinado que responde con igual eficacia a la acción, como al espionaje y a esa tensión al límite que se mastica a lo largo de todo el metraje de la cinta con un arranque espectacular y un final tan árido en dos horas de desazón y desgarradura.
El pulso y el tempo del cineasta son su mejor baza. Evita esas hipérboles afectadas, elude la sofisticación, dribla el montaje acelerado y apabullante y potencia la importancia de los gestos y detalles que se cuelan entre los resquicios de la gravedad de lo que se cuenta.
La empática escena del atasco en la frontera, su impactante facilidad para esconder la violencia, en elipsis aún más descorazonadoras, son rasgos de una mirada intensa tan esenciales como el factor humano de la fotografía de Deakins y esa partitura angustiosa y asfixiante de Jóhan Jóhannsson. Droga, sangre y dolor y, sobre todo, un mosaico de vidas fragmentadas en constante amenaza vigilante. Lo terrenal es que su narcothriller te deja atado a la butaca.
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