Más humedad que pasión
EE UU. 2015. 121 m. (12). Aventuras. Director: Ron Howard. Intérpretes: Chris Hemsworth, Benjamin Walker, Cillian Murphy, Tom Holland, Brendan Gleeson, Jordi Mollà.Salas: Cinesa y Peñacastillo
La gramática de un buque ballenero nos habla de la vela mesana; del juanete y la gavia mayor; de la vela trinquete y del petifoque. El vocabulario humano, por su parte, está sembrado de retos, supervivencia, pruebas de muerte y de vida, carencias extremas y obsesiones. Ambas confluyen en el Essex, el barco ballenero del siglo XIX de Nantucket, con el que zarpamos de la mano del capitán Ron Howard. ‘En el corazón del mar’ es una historia que apela tanto a los hechos reales que vivieron la veintena de marineros que integraban su tripulación, como a la leyenda que se plasmara en el ‘Moby Dick’ de Melville. Pero la iconografía visual y el verbo, entre lo literario y la cinefilia, conduce hasta Conrad pasando por Raoul Walsh. Este regreso al mar del cineasta de ‘Una mente maravillosa’ está plagado de imágenes excelentes, de una factura intachable y de una textura atractiva. Otra cosa son las emociones y las pasiones.
La historia del capitán George Pollard, Jr. y del primer oficial Owen Chase. sus tensiones personales de rango, tradición y oficio, sus marejadas y temporales viscerales a la hora de enfrentarse al mar, su combate con la gran ballena y la rivalidad con el propio destino y sus azares, vertebran la historia. Es un filme pulcro, magníficamente rodado, humilde y consciente de que la grandeza del mar está por encima de cualquier rizo caprichoso y de todo efectismo digital. Pero ese es el casco del filme, la cubierta, el velamen necesario para navegar durante dos horas hacia un horizonte incierto. A Howard no le falla ni su cuaderno de bitácora ni su sextante pero sí el latido del drama, la desgarradura, el retrato de la obsesión que subyace en el duelo entre el hombre y el leviatán. El reparto es desigual, sus personajes enuncian y narran la travesía hacia el infierno y, sin embargo, la épica, el desgarro, el trayecto lacerante, la emoción cautivadora no encuentran su sitio rotundo.
La belleza plástica y el viaje físico devoran a la sutileza dramática del arponero fascinado por la dimensión de la naturaleza y el simbolismo de la deidad. Hay pocos momentos a la deriva. El cineasta de ‘Llamaradas’ equilibra su singladura con grandes dosis de entrenamiento y mástiles con mucho oficio. Falta ese viento que eleva al espectador como un hidalgo de los mares surcando el océano de la condición humana. Su riguroso paisaje y narración de los términos marineros prima sobre la entraña de la epopeya. Hay autodestrucción, búsqueda de lo ignoto, orgullo y miedos: el del hombre ante el abismo, el de la inmensidad inasible de la naturaleza, el de la propia identidad de la creación. La tradición del cine de aventuras y los monstruos de la supervivencia se funden y colisionan. A veces miramos con los ojos vírgenes del grumete. Otras buscamos la hondura de una pasión emocional que se quedó en el puerto del rodaje.