Y dura y dura y dura….
EE UU. 2015. 137 m. (12). Ciencia-Ficción. Director: Francis Lawrence. Intérpretes: Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Sam Claflin, Liam Hemsworth, Philip Seymour Hoffman, Donald Sutherland, Julianne Moore. Salas: Cinesa y Peñacastillo
Philip Seymour Hoffman, fallecido hace ya dos años, resurge de las cenizas del celuloide y de la propia saga y sus planos resultan unos cínicos y algo crueles guiños del destino. No son cosas del milagro digital, no crean. Ni tampoco restos de serie y nunca mejor dicho. La explicación es sencilla. ‘Los juegos del hambre’, sinsajo va sinsajo viene, todo muy sinsorgo, se rodó al mismo tiempo en toda su dimensión reiterativa, pero las ansias de taquilla y la explotación de la franquicia han dado como fruto dos partes artificiales, seriadas y simplemente partidas como un trozo de carne de ficción, iguales como dos gotas de agua, para ser devoradas en doble entrega consumista.
El resto se lo pueden imaginar: Jennifer Lawrence dispara su enésima fecha cual Robin Hood y Juana de Arco femenina a reivindicar; la lucha por un trono es más vocabulario primario que juego; y si el hambre aparece es más por aburrimiento que por necesidad. Solo hay una manera de dar un bocado a esta bulímica y poco juguetona aventura distópica: pensar en un lúdico paralelismo entre su planteamiento de fábula política y esta inédita víspera electoral navideña española. Pero desafíos fantasiosos y metáforas subliminales aparte el cine apenas es una anécdota digital, replicante y desmayada en este tratado de rebeliones, azotes déspotas y virginales ideas puras contaminadas todas por cierto bostezo de deja vu y melancolía narrativa propia de otros tiempos.
El aire cansino sopla a lo largo de un filme que es prótesis, prolongación, anexo y epílogo de sí mismo y de una saga, con lo que la historia, su evitable resolución y su proceso suponen más un esqueje desgajado de una planta mayor invisible que un ficus con vida propia. La identidad la pone la actriz, su presencia y su luminosa oscuridad que debe aspirar a papeles mayores. Lo demás es material sobrante, solapado júbilo, contraste entre una épica de manual y una oscuridad que parece la invitada pobre del banquete ambientado en una revolución de salón. Fidelizar al adolescente supone una coartada taquillera y una trampa para la madurez.
Lo sombrío, cuando asoma, aporta empaque y se revela como el magma nada caprichoso de un itinerario de iniciación en lo insondable y en el futuro imperfecto. Lo virtual, sin embargo, impone su dictadura visual. Y todo se antoja artificio, superficie e impostura. El lado sumergido del iceberg es la verdadera utopía. No obstante, la apuesta dura y dura y dura. Aunque sea a costa de fragmentar, trocear y destripar el canon de la aventura.