La quimera del oro
EUU 1925 · B/N ·77m Dirección: Charles Chaplin Guión: Chaplin Fotografía: Rollie Totheroh, Jack Wilson Dirección artística: Charles D. Hall Intérpretes: Charles Chaplin, Georgia Hale, Mack Swain, Henry Bergman, Tom Murray, Betty Morrissey. Salas: Bonifaz. Filmoteca de Cantabria. Próxima semana
Uno vuelve a Charles Chaplin como si ingresara en una escuela para aprender primero de vida. No se trata de redescubrir los tópicos ni tan siquiera, que también, de glorificar una de las obras maestras del creador (¿alguna no lo es en el concepto puro de la palabra?), sino de mantener educada la mirada. A cabo, una de las funciones inherentes a eso que llamamos clásicos. Por ello ‘La quimera del oro’, una de esas piezas visuales gigantes que el pequeño genio firmó, y que ahora rescata la Filmoteca en un ciclo de cintas restauradas, ofrece varias lecciones que casi un siglo después se antojan vivas, imperecederas y contundentes, tanto en su denuncia como en su estilo como en su dominio de los tempos y del juego de géneros: el retrato de ambición y codicia, la amarga metáfora sobre el sueño americano, el equilibrio entre la comedia bufa y la realidad y la dimensión trágica. Además de todas las grandes huellas de legado del cineasta su aventura quimérica contiene algunas de las secuencias más depuradas y logradas de su ingeniosa capacidad seductora: la de la cabaña siempre dispuesta a desafiar el ecosistema hostil como un personaje más; y el baile de los panecillos que conforman antológicos iconos de la historia del cine. En su esencia poseen un atractivo mayor: su destilada coreografía formal, estética y ética.
Chaplin, en un tour de force con el tiempo y con las exigencias argumentales, le echa un pulso a la imaginación y extrae esa deslumbrante mirada para repartir fragmentos de asombro. Tras ‘Una mujer de París’, donde se mantuvo en la sombra a de la dirección, el creador recuperó el personaje de Charlot para retratar tanto la epopeya de quienes se adentraron en busca de los filones de oro de Alaska y Canadá, la llamada «fiebre del oro», como recordar la trágica expedición de unos inmigrantes atrapados por la nieve en una sierra cercana al lago Tahoe.
Una historia de supervivencia donde el dolor, el miedo, la muerte, nunca ocultos, se transforman en comedia lúcida bajo el ejercicio y el gesto chaplinesco. Hacer reír a través de esos territorios tan trágicos es parte del milagro del genio. Como en ‘Luces de la ciudad’ o ‘Tiempos modernos’, Chaplin supo ser sutil y certero, lírico y mordaz, crítico y salvaje, un poeta que desvela y revela las contradicciones y conflictos vitales, las del hombre con el entono, la naturaleza, los objetos y sus propias pasiones y convenciones. Todo ello en un mosaico tan espectacular como íntimo, tan lleno de sana grandilocuencia como de gusto por el detalle. Un elogio del héroe cotidiano elevado por la claridad y la sencillez con la que Chaplin cuenta la vida.