Ático sin ascensor
EE UU. 2014. 92 m. (TP). Drama. Director: Richard Loncraine. Intérpretes: Morgan Freeman, Diane Keaton, Cynthia Nixon, Claire van der Boom. Salas: Cinesa
Una de esas construcciones que distribuyen protagonismo, solidez y verdad en función del tuya-mía de la pareja que copa todas las estancias de la ficción. Un ‘breve encuentro’ plasmado en una vida de cuarenta años de matrimonio que sostiene todo su andamiaje sentimental y emocional en la madurez , serenidad y, en ocasiones, luz de Diane Keaton y Morgan Freeman repartiéndose escenas. Las hay teatrales y afectadas, únicas y maduras, más por sus veteranas forma de estar y ser interpretativas que por la cámara, y muchas otras reiterativas que estiran la piel ajada de una convivencia que se interroga sobre el entorno íntimo y lo externo.
Es un filme de rutinas y rupturas, de lo ajeno y extraño, de miradas generacionales, de un mundo que se va y otro que llega, pero todo el músculo y esfuerzo lo ponen ambos actores, con presencia y omnipresencia, matices y huidas hacia adelante. ‘Ático sin ascensor’ es una pieza de cámara demasiado estirada, de escasas salidas exteriores, salvo los guiños urbanos neoyorquinos de salón, que de manera superficial se pasea por lo compartido y añorado con un nostálgico gesto a dos bandas.
Un apartamento, a modo de estanque dorado otoñal al que hay que renovar el agua antes de la inundación final. Es un filme amable, quizás demasiado, y agradable, dos palabras al cabo casi invisibles en el vocabulario de ruido y furia que envuelve el presente. Por eso se perdona la postal almibarada, el desapego del guión frente a las cicatrices físicas y químicas que muestran los dos excelentes intérpretes. Lo crispado, la incomunicación la sospecha, la distancia, todo en un clima post 11-S revelan con pequeños detalles el clima bélico de las relaciones, el miedo, la falta de empatía, las barreras sociales. Frente a ese estado de sitio, la pareja representa una cálida relación vital que hace del amor un hogar, de la autenticidad una forma de encarar los hechos y de la complicidad y la sencillez un escudo frente a la idiotez y la banalidad. Los flash back, las miradas al pasado tan necesarias no siempre encajan con naturalidad. El cineasta Richard Loncraine, entre lo televisivo y algunos títulos apreciables como ‘Firewall’, se limita a seguir la pista de Freeman y Keaton, los verdaderos Ginger y Fred que bailan sobre la cuerda floja de la vida y del guión para deslizar una historia que, entre algunas ironías y hallazgos, invita a recobrar destellos de aquellas adorables comedias clásicas.
El fondo amargo, la tristeza, la decadencia, la sombra de la muerte, los sentimientos desvanecidos son el drama que ambos actores transforman en ácida y escéptica combustión desde su ático con vistas al mundo.