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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Correr a ninguna parte

El corredor del laberinto: las pruebas

EE UU. 2015. 131 m. (12). Ciencia-Ficción. Director: Wes Ball. Intérpretes: Dylan O’Brien, Thomas Brodie-Sangster, Kaya Scodelario, Ki Hong Lee, Giancarlo Esposito. Salas: Cinesa y Peñacastillo

Hace tiempo que una buena parte del cine que consumimos (ese al que nos obligan las leyes del mercado) emprendió una absurda huida hacia adelante. Sin ton ni son, bien pertrechados, con suficientes bártulos para simular otras carencias y una envoltura tan deslumbrante como vacua. Se trata de correr vía taquilla aunque no se sepa hacia dónde. ‘El corredor del laberinto: las pruebas’ (nunca sabemos cuáles son) se enmarca perfectamente en ese punto de fuga inane, a modo de bucle, en el que el cine parece mero decorado.

El caso que nos ocupa viene rebozado por la franquicia, saga en curso, que augura proyecciones interminables dada su identidad maratoniana y su vocación de persecución sin meta. Plana, confusa, a ritmo de fanfarria, la carrera que se nos propone es un camelo entre la perfección efectista digital, el subgénero de iniciación juvenil en la aventura, con todos los mandamientos presentes, y esa acción sin parada ni sentido.

Wes Ball, encargado ya de la primera entrega, procedente del campo de animación al que volverá en breve, firma una larga, muy larga y pesada banalidad en la que todo el mundo corre tras un joven que nunca cambia la cara, pase lo que pase (que casi siempre es lo mismo) en una competición de cantidad, no de calidad, por un puesto en el podio compartido por las sagas ‘Los juegos del hambre’ y ‘Divergente’. Con este planazo salimos a la pista (desiertos, edificaciones en ruinas, todo lo que el álbum de cromos apocalíptico marca) y ya no paramos de correr. Para no salirse de los renglones que marca la caligrafía de moda (en este caso los libros de James Dashner) y el cuaderno de notas del mainstream el filme adereza su bucle con una buena ración feísta de zombis zumbados que contribuyen a la confusión pero que aportan esa salsa caducada solo para adictos. Todo es diseño, envoltura, factura, pero la dirección no existe. Nadie se ha detenido a pensar. Las metáforas y símbolos –ese ‘brazo derecho (que no es Rajoy), Cruel (un mal indefinido) o La quemadura, que suena a tentación)- hacen que ‘El corredor’ siga expedito, al menos para la inteligencia. La metáfora distópica, hecha de ingredientes medidos por el productor, nunca por la justificación argumental, mezcla ciencia ficción, autoridad y rebeldía moral, acción por acción, conflicto adolescente, lecciones de liderazgo y delirio de lo aparatoso.

De los prometedores rasgos formales de la cinta original, aquella metáfora un tanto claustrofóbica con influencia de ‘El señor de las moscas’, no queda nada. Incluso Ball hace lo posible para que nadie se acuerde, mientras se empeña en su particular elogio de la reiteración. La vulgaridad episódica de los escenarios futuristas, el plomizo y machacón punto de fuga y las debilidades a la hora de componer el mosaico coral de arquetipos terminan por devastar la ficción. Y todos corremos, a ser posible para el  lado contrario.

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Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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