Eliminado
EE UU. 2014. 82 m. (16). Terror. Director: Levan Gabriadze. Intérpretes: Cal Barnes, Matthew Bohrer, Courtney Halverson, Shelley Hennig, Renee Olstead. Salas: Cinesa y Peñacastillo
Sé lo que hicisteis… con el último tuit. Chateo o choteo. La cosa tiene su miga adolescente y vengativa y va de cuadrilla conectada hasta en el baño. Pantalla sobre pantalla y tiro porque me toca, entre el Skype, el cyber terror y el ‘viernes 13’ con portátil, ‘Eliminado’ es el enésimo intento de fragmentar la historia de unos juguetes rotos vía ordenador, móvil y todo artilugio viviente que sostenga el siempre taquillero subgénero de adolescentes en peligro, entre muertos que regresan con ansiedad y mucha vitalidad.
El filme crispa y exaspera, apenas abandona un segundo el formato de pantalla y utiliza la técnica de la insistencia como método más terrorífico pero también más cansino.
En realidad ‘Eliminado’ propone lo que ya afrontó el pasado año el cineasta cántabro Nacho Vigalondo, junto a Elijah Wood en ‘Open Windows’, pero sin la ambición visual del cineasta de ‘Los cronocrímenes’. Aquí la mirada es frontal, no trasversal y no hay lecturas posibles ni juegos.
El encadenamiento de situaciones, todas muy previsibles, se concentra en mezclar el ciberacoso con el terror y en retorcer la idea de ‘Paranormal Activity’ hasta convertir la ansiedad emocional en un punto sin retorno on line. La claustrofobia 2.0 que propone el cineasta georgiano Levan Gabriadze en su primera incursión en Hollywood es utilizar la pantalla del ordenador, de Facebook a Youtube, que a su vez es la única posible del espectador, como la ventana definitiva al mundo.
El lenguaje del filme, lo único verdaderamente atractivo, reside en ese diálogo de encuadres, músicas fugaces y sonidos familiares que resultan de los movimientos de los seis amigos protagonistas en su comunicación en red, un paisaje de códigos y mecanismos de actuación que plantean precisamente el montaje de la historia.
No hay más fuera de campo que la imaginación ni más profundidad que el paisaje que alcanza a captar la cámara web. Ahí empieza y acaba el mundo aunque el relato se define en un ‘slasher’, la estructura del psicópata vengador y castigador. Un videochat de inevitables descerebrados para despertar el pánico, más bien la risa, que sin embargo esconde el retrato de algún síntoma elocuente de nuestros días. Una apisonadora cibernética que transparenta algunas heridas y esa epidermis exenta de reflexión y emoción.
En tiempo real se suceden los miedos primarios y se revelan los estados y sensaciones de un tiempo en el que prima la superficialidad, la intimidad y la privacidad están en peligro y reinan las apariencias.