El viaje más largo
EE UU. 2015. 139 m. (7). Romance. Director: George Tillman Jr. Intérpretes: Scott Eastwood, Britt Robertson, Alan Alda, Oona Chaplin, Lolita Davidovich. Salas: Cinesa y Peñacastillo
El romance parece cabalgar sobre una montura artificiosa, puramente comercial. El drama romántico se postula desde el equilibrio y los contrastes y pierde credibilidad cada vez que se ajusta el traje a medida. Vaquero él y estudiante ella, con aspiraciones a sumergirse en el arte, ofrecen un choque propicio de sensibilidades estereotipadas en busca de un chispazo de incendio y fibra óptica de enamoramiento que de tan usada funde sus fusibles sin apenas medir la corriente. La manipulación emocional, pese a la envoltura cuidada, es un órdago constante teniendo en cuenta que su metraje obliga a retorcer la curiosidad del más osado y curtido espectador.
Todo resulta artificial, forzado, preso de una operación amparada en esa fábrica de historias insípidas y, a su vez, eficazmente rotundas de Nicholas Sparks. Scott Eastwood, que solo comparte con su padre, el cineasta y actor, el apellido, es el rostro gancho de este juguete roto más empalagoso e interminable que honesto y humilde. El tono previsible solo se ve contrarrestado por la excelencia de la fotografía que, en lugar de ser convertida en material narrativo, pasa a ser un factor más de esa postal impostada y superficial de ‘El viaje más largo’. George Tillman Jr., cineasta de ‘Hombres de honor’ y ‘Notorious’, se acoge al envase melifluo de ‘historia de amor’ con calzador y aquí con espuela y rodeo, que transpira mentira y bobería a partes iguales. Carolina del Norte sirve de geografía idílica para un melodrama de interpretaciones desiguales que arrastra la etiqueta de ‘bonita’ y que va mendigando lágrimas para justificar su falta de pasión más que la pena que llevan consigo los protagonistas. Tras el estreno reciente de ‘Lo mejor de mí’ (otro Sparks) se ha asomado este nuevo roce de amores que se creen totales e imposibles y garantizan un duelo con el destino tan caprichoso como vulgar.
En el lado bueno de la balanza emocional el rescate del veterano Alan Alda permite ofrecer algunos pasajes al pasado, mucho más intensos que ese bucle sentimentaloide de la pareja protagonista. Una exploración sobre el amor verdadero que hubiese merecido hondura y ternura con lo que se cuenta, frente a tanto lugar común. La gravedad de escaparate, solo enunciada, epata cualquier atisbo de pasión.