El jardín del diablo
1954 96 min. Estados Unidos Director: Henry Hathaway. Reparto: Gary Cooper, Susan Hayward, Richard Widmark, Hugh Marlowe, Cameron Mitchell, Rita Moreno.
Western. Sala: Bonifaz. Filmoteca de Cantabria. Desde hoy.
Asoma el mar. Como en la nada desdeñable ‘El rostro impenetrable’ de Brando. Y eso en un western son palabras mayores. Decir aventura es sinónimo de Hathaway, y viceversa. Simplicidad y sencillez, que es no contrario ni incompatible con lo complejo, envuelven una trama singular de una mujer entre hombres, un portentoso dominio del paisaje y una banda sonora de Bernard Herrmann que corta el hipo. Con estos materiales creativos ‘El jardín del diablo’, elogio del cinemascope fundacional, contrapone acción y aventura en una intensa historia protagonizada por Gary Cooper, Susan Hayward y Richard Widmark, que el pasado año cumplió su sesenta aniversario.
Henry Hathaway firma una geografía épica, de sueño dorados al fondo, mundos indómitos y cierta decadencia. De mitologías como la que contiene este western emocional se han servido muchos cineastas. La reciente resurrección de ‘Mad Max’ es buena prueba de ello. La amistad, la coherencia, la fidelidad a una idea, la perspectiva del héroe anónimo son los tatuajes de este cuento donde cada criatura busca su tesoro particular y esconde otro. El calificativo de artesanal suena pequeño cuando la mirada se agiganta ante un filme de tono y factura enormes que posee todo el vigor y el pulso de los grandes relatos. Desde lo iniciático a lo insólito, pasando por los tópicos que arropan el diálogo entre el azar, el destino y la voluntad confluyen en ‘El jardín del diablo’, un fresco sobre los rigores y riesgos del trayecto y las incógnitas de un tránsito a lo desconocido. Hay viaje y avatar, abismo y fragilidad. Una historia de sacrificio y dignidad, ambición y renuncia. El amor contenido y el desbordado, el drama de los aventureros a los que va llegando la muerte inexorable.
Un filme hermoso, desconcertante a veces, con algunas imágenes imborrables e icónicas por el desfiladero y el salto del caballo, o la persecución final. «Si el mundo estuviera hecho de oro, los hombres se dejarían matar por un puñado de tierra». La sentencia pone voz a la desgarradura interior de una obra iluminada por la capacidad del cineasta de ‘Valor de ley’ para alumbrar una atmósfera primitiva y salvaje. Quemados por el ocaso los personajes, y nosotros con ellos, quedan a la intemperie, huérfanos de aventura. Como en buena parte de su filmografía aflora esa extrañeza, ese lirismo que impregna como un perfume atávico las conductas y los hechos. Por eso mismo buena parte de las aventuras del cine de hoy nos parecen afectadas, artificiales y desfallecidas.