Suite francesa
Reino Unido. 2014. 107 m. (12). Romance. Director: Saul Dibb. Intérpretes: Michelle Williams, Matthias Schoenaerts, Kristin Scott Thomas.Salas: Cinesa y Peñacastillo
La cosa pedía pies de plomo dramáticos y ligereza, que no superficialidad, para caminar por la delgada línea del melodrama con fondo histórico. Pero precisamente ‘Suite francesa’ recorre esta historia de amores prohibidos y en silencio, temores, traiciones y miedos en tiempos de guerra, con pies muy ligeros, apresurados y forzados y un tono más folletinesco que dramático. A lo ‘mujer del teniente de…’, entre alemanes buenos y alemanes malos, y mucha salsa rosa entre negros y bancos y escasos grises, la paleta y el pentagrama de ‘Suite francesa’ resulta a veces empalagosa y otras muy limitada. Triunfa ese innegable cuidado estético, de apariencia impecable y elegancia innata que posee la producción y puesta en escena británica, con tempo BBC y rigurosidad de salón. Pero no es suficiente para superar la sensación de que el filme de Saul Dibb se haya quedado a medio camino de casi todo y que la empresa de adaptar la novela de la judía de origen ucraniano Irène Némirovsky le sobrepase por casi todos sus ángulos.
El trasfondo emocional, los matices éticos, apasionados y eso tan extrañamente difuso y fácil de decir que es la condición humana apenas se refleja con consistencia y personalidad. El álbum dramático lo tiene todo y es bonito. Amores en el tiempo, flechazos con heridas profundas y el horror y la crueldad como melodía. El cineasta de ‘La duquesa’ posee dos diamantes que lucen destellos propios sin que él tenga que intervenir o a pesar de su dirección algo ausente: Kristin Scott Thomas y Michelle Williams se apropian de la batuta y dan un recital de cómo reinterpretar el género y los subgéneros que lleva dentro.
El resto es academicismo distorsionado y meliflua sintonía de amor en tiempo de guerra. Lo más grave es la frialdad que envuelve la aventura. Ni desgarro ni conmoción. Todo es predecible, de porcelana tan fina que si uno lo mira con intensidad se deshace. Los combates interiores, el pulso del amor en la tragedia, la sombra de la muerte acechando… todo se enuncia presumiblemente grave pero el filme muy pocas veces logra que nos impliquemos.
El discurso provocativo que conlleva la historia de amor a contracorriente, oculta, secreta, subversiva apenas encuentra plasticidad en esta sucesión de estampas muy manidas en el contexto de la Francia ocupada, el colaboracionismo, la resistencia o la lucha por la liberación. Michelle Williams y Scott Thomas, sin contrincantes masculinos con clase, arrasan, invaden, se apropian de ese relato subliminal de sentimientos enfrentados y colisiones emocionales que, en realidad, sostiene la arquitectura de todo drama histórico anclado en la fuerza del pasado.