El último lobo
China. 2015. 121 m. (7). Aventuras. Director: Jean-Jacques Annaud. Intérpretes: Feng Shaofeng, Shawn Dou, Ankhnyam Ragchaa, Yin Zhushengn. Cinesa y Peñacastillo
Entre el naturalismo, la mirada documental y la reivindicación ecologista Jean Jacques Annaud regresa con otra entrega sobre el diálogo hombre naturaleza. En ‘El último lobo’ los animales actúan mejor que las criaturas humanas. Son las estrellas de un filme al que, en ocasiones, solo bastaría escuchar de fondo la voz de Félix Rodríguez de la Fuente para que nos parezca muy familiar, y en otras se revela una clara indefinición. Como en ‘El oso’ y ‘En busca del fuego’ el cineasta se mueve difuso entre la recreación documental, el canto a lo telúrico y primario y el retrato riguroso, todo ello fruto de uno de esos proyectos ambiciosos y desmesurados rodado en tres dimensiones. El paisaje, el de las estepas de Mongolia, en los años convulsos de la Revolución Cultural china, según una novela de Jiang Rong, es el gran protagonista de este filme hermoso, irregular, quizas endeble y descuidado a la hora de transmitir emoción.
El cineasta de ‘El nombre de la rosa’ invita al espectador a imbuirse de un territorio ilimitado y hostil, y pretende abarcar demasiadas historias que confluyen en la figura omnipresente del lobo: la relación atávica y simbólica entre animales y pastores, las colisiones de civilización entre la vida tradicional y las novedades, o la convivencia entre quienes aprenden de la naturaleza o crecen en los libros.
El director de ‘El amante’ rueda de manera contemplativa y hermosa la inmensidad del paisaje pero el esteticismo carece de intensidad. Hay belleza en muchas ocasiones, a modo de postal, aunque la mirada no logra traspasar la mera fábula ecologista o el perfil de un modo de vida. Muy pocas veces Annaud logra aunar la conjunción y la armonía entre animales y humanos, entre la acción y la contemplación. Las escenas desgarradas que protagonizan los animales constituyen el verdadero latido de este relato, mientras el drama humano de la aparición de la muerte, la mística, las creencias, una forzada historia de amor y los conflictos cotidianos– se diluyen como anécdotas adheridas al catálogo documental que las acoge. El cineasta de ‘Enemigo a las puertas’ logra secuencias impresionantes como la estampida nocturna de caballos acosados por lobos, las bellas escenas en el lago o los retratos cercanos, muy fisicos, con las manadas.
El filme evita caer en el mero exotismo y mantiene un pulso con los espacios abiertos y con la diversidad de lo natural. El pulso entre el animal y el hombre, lo puro y lo contaminado, la observación y la educación tratan de imponerse como materia prima primordial de ‘El último lobo’. Pero de nuevo aflora la ambigüedad, el trayecto insinuado y nunca recorrido del todo. Hay épica pero no desgarradura. Cabe el instinto de un cineasta puro y, sin embargo, asoma lo naif en demasiadas ocasiones. Se echa de menos más intensidad dramática a la hora de abordar el pulso entre lo salvaje y lo racional. Y uno persigue frustrado el equilibrio entre la ficción y el documento. El cine solo aúlla con el lobo.