A 47 metros
47 Meters Down 2017 87 min. Reino Unido.
Director. Johannes Roberts.
Guion: Roberts, Ernest Riera.
Música: tomandandy.
Fotografía: Mark Silk.
Reparto: Mandy Moore, Claire Holt, Chris Johnson, Yani Gellman, Santiago Segura, Matthew Modine.
Género: Thriller. | Salas: Cinesa y Peñacastillo
Es casi un subgénero. Una de escualos. Ya saben: osados hijos de la mar adentrándose en el elemento agua lleno de peligros. Lo que sucede es que ‘A 47 metros’ tiene alma de acuario, se expresa visualmente como si estuviese en una pecera y practica el histerismo, bien subrayado en un doblaje infame. El director Johannes Roberts echa la caña a ver si pican y se engancha a un filme enjaulado, mediocre en su sentido de la seducción, falto de tensión y claustrofóbico por monótono. Como saldo estival para refrescar la sala, con neopreno de serie B, puede tener cierto sentido. Como aportación a una larga tradición de relaciones poco diplomáticas entre hombres y tiburones la apuesta es nula. A falta de tensión dramática las distracciones son escasas. No hay bocado ni sombra de terror. Los bichos invitados son poco inteligentes y las protagonistas apenas dan dos brazadas interpretativas. Con estos mimbres el ecosistema de ‘A 47 metros’ se antoja poco profundo y su supuesto clímax permanece encallado en la falta de ideas. El director de ‘El bosque de los malditos’ y ‘El otro lado de la puerta’, siempre entre las realizaciones televisivas y el género de terror, se halla, por ejemplo, a años luz del Collet Serra de la estimable ‘Infierno azul’. Salvo los escasos minutos iniciales y un final no apto para socorristas rigurosos, el filme discurre en el fondo…de la nada. Dos jovencitas con pocas luces y mucha jaula, mientras el entorno espera hincar el diente. No hay marejada pero sí mucha estupidez de fondo. Si alguien hubiese puesto la bandera roja de la ficción sensata este baño letalmente aburrido no se hubiese producido. Bobalicona, más que inverosímil, la cinta se enreda en su falta de fe y ni siquiera es capaz de salpicar empatía desde el desafío que supone rodar casi todo su metraje bajo el agua. Pero el fondo más oscuro y abisal de este ejercicio sobre cómo sobrevivir a la estupidez humana, se encuentra en los diálogos chipiritifláuticos y sus correspondientes réplicas que se escuchan en esta húmeda convivencia. Ni siquiera las supuestas situaciones límite pueden disculpar las sandeces que se intercambian los personajes. Es comprensible deducir que la falta de oxígeno se haya trasladado a los guionistas. Muy limitada a la hora de generar espacios que solapen historias y subtextos entrecruzados, y que eviten la desidia y el aburrimiento, el filme se hunde en su dislate. El espectador, sin la bombona de primeros auxilios, solo puede salvarse del desatino si se toma la afrenta como un jocoso pasaje azuloscurocasinegro de comedia en traje de baño. Se aconseja, no obstante, la descomprensión para recobrar la inteligencia antes de abandonar la sala.
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