Corazón gigante
Islandia. 2015. 94 m. Drama. Dirección y guion: Dagur Kári. Fotografía: Rasmus VidebækIntérpretes: Gunnar Jónsson, Sigurjón Kjartansson, Arnar Jónsson Salas: Groucho.
Como diría Joan Manuel Serrat son esas pequeñas cosas. Y de ese mundo pequeño en un cuerpo grande; de un microcosmos casi aséptico, silencioso y rutinario se desprende una historia mayúscula: la del inadaptado, la de la soledad imperecedera, la de la necesidad de amar. En ‘Corazón gigante’, fábula a modo de cuento islandés contemporáneo, un hombre solitario, dependiente de su madre, exento de cariño, objeto de burlas en su trabajo y obsesivo con sus juegos de soldados y maquetas de la segunda guerra mundial, es la brújula de una sutil y sensible historia de tacto sobre la piel, sobre la nieve, sobre un lugar en el mundo donde todo parece pasar ajeno y exterior, extranjero. Como un pañuelo envolvente, a modo de microrrelato rotundo y pleno, el filme de Dagur Kári no deja pasar del todo el frío y se revela como un relato compasivo y cálido, triste pero sereno, sobre la vida y sus pequeñeces que poco a poco va tiñendo la realidad de otra cosa aún desconocida, o manchando definitivamente esos territorios invisibles donde se va construyendo una biografía. Melancolía y desmayo emocional, critica subliminal y bofetadas sociales.
El gigante de cuarenta años es en realidad un adolescente que bajo varias capas de soledad y marginación va descubriendo el mundo, los golpes y los afectos, la vida más allá de ese tablero donde reproduce cada día las batallas contra los nazis. Buena parte de la seducción formal de este filme reside en que en una época de ruido y efectismo, su voz dormida suena como un trueno, el lamento de un soñador encerrado en una agenda cotidiana, entre la resignación y la esperanza. El otro milagro estriba en la interpretación de Gunnar Jonsson quien logra dar consistencia a un drama existencial, en ocasiones no muy alejado del cine de Aki Kaurismäki, con tono hiperrealista pero sin caer nunca en lo naif ni en el vacío.
Cine en apariencia amable y ternurista pero rezumado por un humor negro y una mirada a menudo también habitada por el espanto, por un rizo de vértigo por donde se cuela la culpa y la redención, el suicidio, el miedo y el abuso de poder en las relaciones. Retrato costumbrista, posee una poética interna fruto de su constante diapasón agridulce que atrae y repele con una mezcla de extrañeza y sensación de pérdida. El personaje abarca, se diluye y sostiene la película en un abrazo aplazado como un oso que esconde sus garras o un ogro a punto de comerse el cuento. Una sociedad enferma y en el centro este gigante que mira a su alrededor y solo encuentra nieve negra. Frente a una cartelera inundada de superhéroes bueno es reivindicar a este ‘Shrek’ que busca su inmortalidad en un pequeño deslumbramiento de vida.