La bruja
EE UU. 2015. 92 m. (16). Terror. Director: Robert Eggers. Intérpretes: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw. Salas: Cinesa y Peñacastillo
Decía Hannah Arendt que «el terror es la esencia de la dominación totalitaria». En ‘La bruja’ no hay terror sino su esencia. No hay sustos, sino turbación. No hay efectismo, sino atmósfera. Esta arriesgada, formalmente osada opera prima basa su atracción en la extrañeza. Es como si de pronto un rastro de Dreyer se hubiese confundido con la crónica oral de lo que hubo de cierto en las brujas de Salem. Como si un aquelarre se hubiera fundido en una de esas leyendas atávicas que traen cenizas de otro tiempo.
El debutante Robert Eggers agita las fronteras de la superstición, mece los cuentos universales, enciende las señales anacrónicas de cuando el mundo era aún más oscuro e incendia toda la cosecha de miedos primarios. El filme se instala en esa zona cero donde el pecado, la tentación, la intolerancia, la intransigencia crean un círculo claustrofóbico, un pozo insondable por el que uno no deja de caer. En ‘La bruja’ lo que genera terror es el hombre. Su tendencia al mal, su capacidad innata para destruir, su errada manera de dar al espalda a la naturaleza para provocar un manto de culpa y falsa redención.
Eggers, que subraya que lo suyo es ‘una historia popular de Nueva Inglaterra’, ilustra con acusada vocación de estilo, mucho talento e imágenes que buscan no la provocación, sino el impacto de lo que subyuga y seduce, del abismo y el horror de lo ignoto, un relato habitado por numerosos referentes y tiempos. En su miscelánea conviven tanto ‘La cinta blanca’ de Haneke como el Shyamalan de ‘El bosque’. Pero el primerizo cineasta se ocupa de poner su propia marca de la casa con una capacidad de síntesis asombrosa, una certera austeridad y un montaje visual y sonoro que golpea incesante creando desazón y un clima acongojante. Sustentado en unos intérpretes magníficos, incluyendo tres niños y una joven que encarnan a la familia protagonista, única presencia humana en este filme en el que dialogan la religión intransigente, el gótico americano y las creencias primitivas, el director mezcla lo puritano con lo siniestro, lo perturbador con lo fantástico. Fascinante, elegante, con pulso y latidos que evocan al primer Herzog, el filme atrapa por su atrevimiento y su fascinante viaje enquistado en el conjuro y en el vértigo que provoca el pasado y su inexplicable enigma.
Lo sobrenatural y antropológico, la magia negra y el mito discurren como lava negra que impregna la historia. Y uno no sabe si adentrarse en el bosque y huir o quedar con esta familia deconstruida, anclada en el horror vacui. Sobria, detallista, reconocible pero extraña, incómoda por su implacable y permanente agitación, ‘La bruja’ es un trayecto contundente por las orillas del fanatismo Si quieren alquilar una habitación en casa de esta familia de colonos marginados, ya saben. Les espera el embrujo de una obra maestra sombría con huellas pictóricas y el tenebrismo de ese cielo oscuro del mal que también habita en la condición humana y que parece anunciar el fin de todo. Y sin embargo este cine sí está alumbrado por la necesidad vital de contar historias.