El olivo
España. 2016. 100 m. (7). Drama.
Directora: Icíar Bollaín.
Intérpretes: Javier Gutiérrez, Anna Castillo, Pep Ambrós, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladrén
Salas: Cinesa y Peñacastillo
En tiempos de miseria moral nunca sobra un cine militante, aunque esté lastrado por cierta ingenuidad. ‘El olivo’ se puede ver como un documento de retrato social y familiar, sobre lo que nos ata y nos distancia de la tierra; o bien como una fábula de tintes utópicos, previsible pero contundente en su mensaje. El pasado, el presente y el futuro están unidos a través de las raíces de este árbol de la vida que simboliza, muchas veces de manera primaria, siempre desnuda, los vínculos, las voces y los relatos del mundo con los que construimos querencias, deseos y sueños. Icíar Bollaín, fiel a su cine, vuelve a trazar un relato de mirada comprometida donde la colisión entre lo material y lo emocional es el fundamento que vertebra lo dramático. La violencia de género, la privatización del agua fueron otras de sus incursiones en el pasado. En ‘El olivo’, el choque intergeneracional, la especulación, los fantasmas y cadenas de la crisis, el deseo de cambiar el mundo, la pérdida de las raíces, el mundo rural amenazado, o los valores olvidados se concentran con mayor o menor acierto a través de la herida que sangra el afecto entre una joven y su abuelo. Hay momentos de una inocencia candorosa y de cierto buenismo que dejan una pose afectada. Pero también se suceden secuencias con mensaje que están abordadas con fuerza y desprenden intensidad. Es la huella de Ken Loach, canalizada a través de Paul Laverty, su guionista habitual y pareja de Bollaín. El cineasta de ‘Tierra y libertad’ es el que asoma, por ejemplo, en las escenas de conflicto o cuando la directora de ‘Te doy mis ojos’ visualiza esas situaciones comunales, corales que apelan al sentimiento y a las inquietudes comunes. Cuando el filme se transforma en una road movie y cambia de escenario pierde credibilidad y se diluye la hermosa reivindicación sentimental que sostiene todo el andamiaje de este cuento necesario y cautivador, pero debilitado por los excesos simbólicos, demasiados superficiales, o por esa ingenuidad que discurre entre las tramas como un subrayado superfluo. Anna Castillo, motor del drama salpicado de algunas notas de humor muy bien encajado, realiza una poderosa actuación, secundada con el siempre excelente Javier Gutiérrez, uno de los intérpretes del momento. La Icíar Bollaín humanista e inconformista firma un filme emotivo, de criaturas que han perdido o ven amenazado su mundo más cercano por un entorno que ha puesto precio a todo. Hay visceralidad en ocasiones y progresión dramática. Lástima de la acumulación reiterativa de metáforas y obviedades que no hacía falta subrayar. Demasiadas evidencias, pese a la necesidad del mensaje, pero una mirada del personaje de Alma es suficiente para llegar a tocar la entraña de la tierra y de las propias emociones con mayor desgarradura y eficacia que su constante metáfora botánica.