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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Victor Frankenstein

Prometeo desencadenado

EE UU. 2015. 109 m. (16). Terror. Director: Paul McGuigan. Intérpretes: James McAvoy, Daniel Radcliffe, Jessica Brown Findlay, Mark Gatiss, Andrew Scott, Louise Brealey. Salas: Peñacastillo

Hay que ser atrevido para manosear la historia gótica de Mary Shelley, parida tras aquella noche byroniana de láudano y juego, con Polidori y su vampiro al fondo. El cine lo ha hecho desde muchos planos y con más osadía que resultados coherentes y justificables. Curiosamente la ‘novia’ y el ‘jovencito’ Frankenstein, desde territorios casi opuestos, lograron abrir nuevos caminos sin asaltar ni profanar el original. Ahora en la enésima vuelta de tuerca de la criatura el cine explota la figura del supuesto ayudante del doctor, ese Igor jorobado de mente privilegiada, que a la ficción impulsada por el televisivo Paul McGuigan le sirve para levantar un Prometeo desencadenado, excéntrico, apoyado en el trabajo entregado de dos actores y que trata de buscar tres pies al monstruo a través de una historia que incide en la culpabilidad y la redención.

Nada nuevo bajo el rayo creador, aunque bien es cierto que si uno no se pone purista y contempla este Victor Frankenstein con mirada abierta topará con un telefilme cuidadosamente ambientado que logra adscribirse a las leyes primarias del entretenimiento.

El director de ‘El misterio de Welles’ y ‘Obsesión’ opta por una combinación de melodrama desaforado, comedia negra y gran guiñol. El jefe de pista es McAvoy y Daniel Radcliffe/Harry Potter, pese a los esfuerzos, parece no haber salido de la escuela de magia. El problema es puramente esencial: no hay ni rastro de horror, ni sombra de ese insondable descenso a lo primitivo que rezuma la novela. Al igual que la criatura necesita de ese chispazo de la naturaleza para dotarse de vida, al filme carece de la electricidad creativa que inocule verdad y energía narrativa. Del mismo modo que el monstruo, este Frankenstein está hecho con fragmentos, retales, desechos y cadáveres. En realidad si se le cambiamos los cromos estamos ante una entrega encubierta del Sherlock Holmes de Guy Ritchie. No ayuda tampoco el peso en la película de un detective obsesivo muy cerca de la caricatura de la que trata de huir la pareja protagonista.

La adaptación de Kenneth Branagh tenía más personalidad y sabía cuál era su sitio y apuesta. El problema de McGuigan es que después de un arranque prometedor con un circo que recuerda el mundo de ‘Freaks’ inclina todo su ejercicio hacia la acción y una ligereza que nunca casa con la gravedad y trascendentalidad que fundamenta la historia A cambio mueve ficha el filme al abordar la soledad creadora de su pareja, el riesgo científico, la experimentación o la propiedad intelectual de la patente científica. Pero los guiños clásicos, el interés inicial del filme por mantenerse en los mundos de la oscuridad se ven dominados por ese cargante artificio y falso barroquismo que deja exhausto al mismísimo monstruo.

El histrionismo y la desmesura de tópicos terminan por provocar un apagón en el laboratorio fundacional.

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Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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