Nuestra hermana pequeña
2015 Japón. 128 min.
Director: Hirokazu Koreeda
Reparto: Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Suzu Hirose, Kaho, Ryô Kase, Ryôhei Suzuki.
Género: Drama. Salas: Groucho
L a discreción no está de moda. Pero el cine de Kore-eda se encarga de convertirla en tono y tempo emocional en esta película sencilla pero compleja, que se adentra en un microcosmos de relaciones femeninas, fraternal y evocador, de clara referencia a Yasujiro Ozu. A veces puede confundirse con lo puramente naif pero es mero espejismo. Este elegante paseo contemplativo desnuda los matices y la intrahistoria solidaria de vínculos invisibles, a modo de rotunda caricia. ‘Nuestra hermana pequeña’ es un fresco en femenino familiar donde la comida y las tradiciones ancestrales, los tópicos del cine japonés siguen presentes sin dañar ni banalizar. Adaptación de la serie Umimachi Diary (un manga), el cineasta nipón imprime en ella su inquietud y su mirada a este melodrama familiar a contracorriente dada su dulzura y su aire optimista y humanista. El director de ‘Air Doll’ integra el paisaje, el de la naturaleza y el humano, y a sus criaturas en una atmósfera impresionista sin exhibicionismo ni artificios. Comprensión, evocación, descubrimiento, placeres cotidianos, perfiles domésticos se suceden en una coreografía que implica una mirada limpia y serena. Hay miradores ante el paisaje y recuerdos compartidos para descifrar el pasado fragmentado. El cineasta huye de la prisa gratuita, observa a sus personajes y extiende por la pantalla la metáfora de un lienzo vital, que es también un mantel, una estancia, un largo paseo, desde el primer viaje tras una muerte, hasta la playa final. Kore-eda fija la mirada en las vías del tren, en el hogar, en encuentros en pequeñas calles, en citas fugaces. En apariencia no pasa nada pero cabe todo en esta pieza manierista, casi de cámara, orquestada por cuatro hermanas que van saludando y despidiendo la fugacidad de la existencia. Como el humo de una incineración, el fruto de un árbol, el amor a través de la mirada y el tacto de las pequeñas cosas. Es pura prosa poética. La comida, las costumbres, los rituales están siempre presentes. El filme, entre almendros, ‘mujercitas’ envueltas en la complicidad de un universo propio, y un futuro construido desde los restos de un pasado cargado de incógnitas, se antoja un laberinto de relatos breves y sutiles y un nido de afectos. Nadie se toca. Las emociones enunciadas discurren como un arroyo invisible entre sugerencias y actos íntimos, entre gestos y secretos. Hay siempre un pulso en su cine: el combate entre el pudor y la catarsis dramática que se intuye pero nunca se desata. La cámara es un agujero que invita a descubrir y a entender ese mundo delicado, a punto de romperse, que sangra por dentro todo el conflicto, mientras fuera una ingrávida luz explora la extrañeza de la convivencia familiar.