Intestino delicado, delgada entraña
España. 2016. 96 m. (12). Drama. Director: Pedro Almodóvar. Intérpretes: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Darío Grandinetti, Rossy de Palma, Michelle Jenner. | Salas: Cinesa y Peñacastillo
En femenino plural, en rojo omnipresente, pasión, deseo. Y en azul ausente, el mar, el otro. Todo en ‘Julieta’ es la presencia de la ausencia. Un interrogante rotundo sobre cómo llenar una oquedad profunda, cómo cubrir una herida que sangra de forma permanente. Drama depurado, estamos ante un Almodóvar casi exento de lo almodovariano. Muchas veces fría, la mayoría elegante, ‘Julieta’, que debió ser ‘Silencio’ (el primero como nombre llena, y el segundo es vacío elocuente y, por tanto un título justo) discurre formal y visualmente sutil como un juego de apariencias que siempre esconde otras cosas.
Como drama nunca oculta su rendición y redención, su renuncia casi, su atmósfera de frustración ante la complejidad de todo. Ese dentro afuera, esa línea delgada y delicada recorre su extraña entraña, su intestino delicado que ata los tiempos (muertos y vivos) entre transiciones, cartas, diálogos, azares y desencuentros.
‘Julieta’ es un filme que no esconde sus fisuras entre lo literario y lo visual, entre lo real cotidiano y lo onírico, entre lo forzado y lo imposible porque está construido desde la médula del dolor y de la aceptación del aquel aforismo de Nietzsche: «Lo que perdemos lo poseemos para siempre». El desafío radica en ese constante juego de equilibrios y de fluidos entre la escritura, densa y honda, y la ‘marca’ visual de Almodóvar, desde la textura inicial (en rojo, claro) hasta las transiciones e intercambio de golpes entre pasado y presente –esa maravillosa utilización de la toalla para fundir a las dos mujeres, madre e hija, o las escenas de tono onírico del tren– que certifican a un cineasta más sereno, que parece mirarse más adentro.
El director de ‘La ley del deseo’ vuelve a castigar/mimar a sus actrices y explora el amor y su ausencia o su imposibilidad, la incomunicación y la carencia de afectos que inocula el virus de este retrato de culpas y fugas. «El dolor exige discreción», asegura el cineasta manchego. Su película en ocasiones fallida, otras detenida en un fragmento de asombro; a veces referencial y cómplice de los mundos de Cukor y Douglas Sirk; otras muchas, persiguiendo ese ejercicio de funambulista sonámbulo entre los relatos de la escritora Alice Munro, la materia fundacional de su historia, y los pequeños mundos de su propio cine.
Un drama materno filial profuso en primeros planos, perseguidor de colores en la oscuridad del dolor y habitado por unas interpretaciones, Emma Suárez y Adriana Ugarte, de grandes actrices entregadas. Conciso, Almodóvar mide el peso de una vida y tiende la tragedia clásica como un cuerpo inerte entre dos tiempos que nunca acaban de encontrarse. Más cerca de ‘Hable con ella’ que de ‘Volver’, más contenido y estilizado que explosivo, su filme es una irregular pero hermosa disección de la pérdida.