La doble vida de Verónica
1991 96 min. Polonia-Francia, Director: Krzysztof Kieslowski. Reparto: Irène Jacob, Halina Gryglaszewska, Kalina Jedrusik, Aleksander Bardini, Philippe Volter, Jan Sterninski. Drama | Sala: Náutica. Filmoteca Universitaria. Jueves a las 20 horas.
Un relámpago entre dos tormentas. Poética y azar. Existencialismo y vértigo. Pasión y emoción. Bergman y Borges, Dostoievski y Poe. Mitad y doble. Una obra sublime emparedada entre dos deslumbramientos. El cineasta polaco Krzysztof Kieslowski firmó ‘La doble vida de Verónica’ entre la monumental edificación humanista de su ‘Decálogo’ y la turbulencia de su Trilogía de los Colores.
Cine de poesía y poética de la imagen. Con la mirada contenida, sin abandonar el asombro, pocos cineastas poseen esa subliminal introspección que le permitió desde el más absoluto subjetivismo e intimismo mirar de frente a la realidad. El director polaco, que murió a los 55 años de edad, en plena madurez creativa, se adentró a través de este doble femenino plural en la condición humana, pero también en la esencia de la sociedad de final de siglo y en el presente de indicativo de dos Europas herederas de la Segunda Guerra Mundial y de la caída del muro de Berlín.
Tras su duro alegato contra el acto de matar, integrado en el ambicioso decálogo de origen televisivo, Kieslowski destiló melancolía y poesía en este ejercicio sobre el azar no exento de tristeza y sumido en el pesimismo inherente a sus fotogramas. El director mostró siempre una capacidad innata para lograr una tristeza vital, una contemplación humanista que revelaba los discursos interiores, el pálpito de inquietud y deseo transpirado por el personaje encarnado por Irene Jacob.
Una obra de cámara entre dos personas, entre dos lugares en el mundo, entre dos estancias de mujer y vida. Kieslowski recorre la superficie de las cosas como un entomólogo pero al tiempo desnuda la hondura reflexiva y emotiva vinculada a la belleza. Entre Varsovia, Cracovia y París, a lo largo de un trimestre, este cuento de fantasía, hiperreal y onírico, pero también extrañamente cercano, traza la historia de dos muchachas, nacidas el mismo día que llevan el mismo nombre pero que no se conocen ni tienen relación de parentesco. Y, sin embargo, en el presentimiento, en la conexión silente e invisible, se revela una pasión idéntica, una mirada sobre la vida compartida y una misma sombra de muerte, plasmada en una malformación congénita cardíaca.
Kieslowski subyuga, se mantiene en el arrebato equilibrado, en el plano enigmático y eleva la incógnita mediante la simbiosis con la hermosa banda sonora de Preisner, la interpretación de Jacob y la metafórica dualidad translúcida de la fotografía, los espejos y las miradas, hasta lograr un estado puro de desnudez naturalista, exento de empacho y pretensiones psicológicas y vacua retórica. Un sutil poema donde la fascinación por el otro, el escepticismo y la incomprensión son también factores narrativos de un complejo sistema por el cual contamos y nos cuentan el mundo.