Vivir, leer, amar
Francia. 2014. 99 m. (12). Comedia. Director: Anne Fontaine. Intérpretes: Gemma Arterton, Fabrice Luchini, Jason Flemyng, Isabelle Candelier, Mel Raid | Salas: Groucho
Sensualidad y carnalidad. Triples lecturas. La vida, los libros y el amor. ‘Primavera en Normandía’ –un título horrible e insípido que sustituye al juego de palabras original ‘Gemma Bovery’– es una cinta rotundamente francesa con tanto encanto y fragancia como extrañamente desmayada sobre la pantalla. Sin apartar nunca la mirada de Flaubert y su ‘Bovary’( lo somos todos) tocará la fibra de los letraheridos y dejará indiferente a quienes no hayan sentido (queda alguno?) ese flechazo de vida, pasión y literatura que deja un poso para siempre. Si triunfa la arriesgada indagación de imagen y palabra, de metaficción y realidad con la que juega el filme de Anne Fontaine, es gracias a la empatía que nace de la identificación entre la mirada de Fabrice Luchini y el espectador que atraviesa las capas y espejos de personajes y criaturas, dejándose llevar por la admiración y las referencias literarias.
El resto es un mapa de deseo y sensualidad cuyas señales y cartografía corren a cargo de Gemma Arterton, pura, deliciosa sutileza. En esquema estamos ante la historia de un vecino obsesionado con la novela universal de Flaubert, el ejercicio de voyeurismo y una leve historia de amores cruzados y pasiones encendidas con final quizás algo acelerado. Se le puede pedir intensidad a ‘Primavera en Normandía’, aunque es innegable su simpatía, su alada ligereza que tiene su origen en una novela gráfica de Possy Simmonds,–a la que Stephen Frears ya adaptó ‘Tamara Drewe’– que propicia la inspiración, el tono casi lúdico, el aire de comedia amable y esa mezcla agridulce de encanto amenazado y de amor fugaz.
La melancolía es la verdadera directora de este filme de la cineasta de ‘Coco, de la rebeldía a la leyenda de Chanel’, ‘La chica de Mónaco’ y ‘Nathalie X’ que sufre algunos vaivenes de tono y de equilibrio entre deseo, erotismo, seducción e introspección psicológica. Lo atractivo reside en esa pincelada impresionista sobre ambientes, personajes y atmósferas. Lo peor es que no siempre funciona esa ilustración de imanes que se atraen y repelen en torno a la novela y su paralelismo visual en este cuento rural de panadero, joven enamorada y enredo sentimental. El desenlace, algo precipitado, sí responde de forma coherente a ese espíritu de damero literario, cinematográfico y realidad que subraya la singularidad del filme. Luchini, siempre eficaz, deja que fluya a través de su encarnación una mezcla de patetismo y ensoñación romántica. Es esa melancólica vibración donde suena no siempre en armonía la partitura de Bovary y la de la vida.