La manzana global en tres mordiscos
EE UU. 2015. 121 m. (7). Biográfica. Director: Danny Boyle. Intérpretes: Michael Fassbender, Kate Winslet, Seth Rogen, Jeff Daniels, Katherine Waterston, Sarah Snook. Salas: Cinesa y Peñacastillo
Una trinidad laica de egos revueltos pero con mucha fe en el cine afronta el retrato de una personalidad egoísta, egocéntrica, compleja y acomplejada. El rizo, en bucle, parece perfecto para el desafío pero también para el caos. Pero el grandilocuente y casi siempre excesivo Danny Boyle, el shakesperiano Aaron Sorkin y el huracán Michael Fassbender crean un guante sutil que encaja casi sin florituras estilistas ni volcánicas hipérboles.
En escaso tiempo la personalidad del empresario y programador informático Steve Jobs (1955-2011), visionario o empático líder que supo encauzar ideas y administrar talentos, ha propiciado documentales, un filme centrado en estereotipos y ahora este retrato, enfilado y afilado, que sabe lo que quiere contar y lo hace muy bien. La huida del biopic al uso se daba por hecha e incluso el cineasta de ‘Trainspotting’ elude la cronología lineal de una biografía y utiliza el lanzamiento de los tres productos icónicos de Apple para dibujar un perfil en tres actos con aires de drama, espíritu mesiánico, radiografía moral y un terreno acotado al hombre, a su tragedia íntima y a las aristas existenciales. Boyle esconde algo su tendencia al vértigo visual y Sorkin saca punta a diálogos con frases memorables sobre el poder, la conciencia de uno y la ajena, la ambición, el sacrificio, la lealtad.
En algún momento a uno le atraviesa la cinefilia y se ve abrumado por una sombra de trasvase como si el excelente ‘Macbeth’ que Fassbender protagoniza en la cartelera de este principio de año hubiese cambiado los roles con su encarnación de Jobs en una conjunción de designios de guión, astros de Shakespeare y caprichos del destino. El filme tiene la cualidad de provocar sin parecerlo. A veces es irritante, machacón, despojado de historia; otras es vertiginoso sin apenas haberse movido un plano de un escenario que por momentos resulta claustrofóbico e insistente. El director de ‘La playa’ no acude a subrayar lo sabido sino a construir el edificio de una personalidad singular. No importa tanto el rigor del dato como la intensidad de una criatura dispuesta a que el mundo muerda en tres ocasiones una manzana global con tentaciones revolucionarias.
Boyle, aunque aplaza su ansiedad visual, deja rúbricas excelentes en la utilización de los espacios para combinar lo cinematográfico con la posible abducción teatral, e intensos duelos de Jobs con buena parte de quienes formaron su entorno y acabaron rendidos, derrotados o destrozados por este Lear dispuesto a defender un trono antes de obtener la corona. Entre lo formal, el pensamiento, la puesta en escena y el arrollador Fassbender el filme va dejando trozos dulces y amargos de esa manzana, a modo de sabores temperamentales y aromas que cautivan. Disección sintética, alucinógeno informático, retrato de hombre con obsesión, al trío autoral (todos contribuyen, todos pesan y piensan), se le puede achacar cierta frialdad, pero es innegable que pisa firme en el terreno resbaladizo de una figura tan carismática como engreída, tan imprevisible como calculadora. Entre destellos y vibraciones, tiempos desiguales y temblores, la cámara de Boyle se instala en la mirada de un hombre solo cuyo vacío emocional se suple con tres mordiscos globales sobre el futuro de la tierra.
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